El efecto dinosaurio

La relación de lo pequeño y lo grande, de las causas y los efectos, puede remontar vuelos colosales si se piensa, por ejemplo, en el famoso «efecto mariposa», que haciendo eco de un proverbio chino, afirma: «el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo». ¿Qué pensar entonces de una brevísima ficción que ha dado pie a un tsunami de versiones y estudios: El dinosaurio de Monterroso?

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Aquí el enlace de «El efecto dinosaurio», columna *A la sombra de los deseos en flor*, en la revista Domingo del periódico El Universal:

http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/El%20efecto%20dinosaurio-2706

Monterroso Dinosaurio

 

El efecto dinosaurio

Ana Clavel

El 17 de marzo de 1847 León Tolstoi dio inicio a su diario en una cama de hospital. Tenía 19 años cuando escribió: «Pequeñas causas producen grandes efectos». Una sentencia que bien podría sonar filosófica, tuvo en realidad un motivo más banal, según explica su autor: «Pesqué una gonorrea por la razón, ya se entiende, por la que se pesca». Sí, el gran Tolstoi, el escritor de las portentosas Ana Karenina y La guerra y la paz, fue antes un joven sensual fuertemente atraído por los pequeños —o inmensos— placeres de la carne. Pero el asunto no acabó mal: por la pequeña causa de una enfermedad venérea que lo sume en la postración, se desencadena la inmensa gracia de la escritura.

La relación de lo pequeño y lo grande, de las causas y los efectos, puede remontar vuelos colosales si se piensa, por ejemplo, en el famoso «efecto mariposa», que haciendo eco de un proverbio chino, afirma: «el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo».

¿Y quién no recuerda el celebérrimo minicuento de Augusto Monterroso que ha dado origen a tantas versiones y variados estudios?

EL DINOSAURIO

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí.

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Según comenta Lauro Zavala en el prólogo a El dinosaurio anotado. Edición crítica (Alfaguara 2002), la minificción de Monterroso es «uno de los textos más estudiados, citados, glosados y parodiados en la historia de la palabra escrita, a pesar de tener una extensión de exactamente siete palabras». Sumun del arte de la paradoja y la brevedad, ha sido además de motivo literario y objeto de estudio, argumento de reflexión teleológica y parodia política ante la sombra de la desgracia, del dictador o las estrategias arcaicas del partido único en nuestros lares. Entre sus estudiosos más reconocidos se cuentan Italo Calvino, Mario Vargas Llosa, Juan Antonio Masoliver. A sus indudables atributos literarios: «concisión y densidad, contundencia y elipsis, precisión y polisemia», se suman la imaginación y capacidad lúdica de sus lectores. Consigno aquí algunas variantes recogidas en El dinosaurio anotado, que a la fecha ha crecido considerablemente y busca nuevo editor:

De Francisco Nájera:

LA HISTORIA DE DIOS

Y cuando se despertó, soñaba al mundo todavía.

De José de la Colina:

LA CULTA DAMA

Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado El dinosaurio.

—Ah, es una delicia —me respondió—, ya estoy leyéndolo.

De Niña Yhared, el comienzo de:

EL DINOSAURIO

Vivo con un dinosaurio entre las piernas…

No está incluido en esta invaluable antología, pero he añadido una variación a la serie innumerable, incluida en el libro CorazoNadas (Posdata 2013):

CORAZÓN DE DINOSAURIO

Tanto hablaban de él, inventándole quién sabe cuántas colas, que cuando despertaron, descubrieron que por fin se había marchado. Pues qué esperaban… El dinosaurio también tenía su corazoncito.

Imagen

Además de ensayos literarios y entrevistas, la edición crítica de Lauro Zavala recoge los testimonios de Alí Chumacero y Juan José Arreola sobre la graciosa anécdota que dio pie al cuento original.

Tolstoi, quien intentó toda la vida la minificción pero tuvo que resignarse a escribir novelas enormes, según nos refiere Alberto Chimal en un texto no exento de humor e ironía, estaría de acuerdo sin duda con esta idea: el aleteo de un gran microrrelato puede causar pequeños tsunamis al otro lado de la página. Como esta muestra que enlaza el inicio de la Metamorfosis de Kafka con el cuento monterrosiano y que titulé:

SUEÑAN LOS ESCARABAJOS CON REPTILES ELÉCTRICOS

Cuando Gregorio Samsa despertó aquella mañana después de un sueño turbulento, el dinosaurio todavía estaba ahí.


Un tatuaje

 

En el Confabulario más reciente, Alejandro Toledo convocó a varios escritores para emprender ejercicios de apropiación y reescritura de los motivos y epifanías de Dublineses ahora que cumple 100 años de su publicación. Cuentos de Ana García Bergua, Gerardo de Torre, Ana Clavel, textos híbridos de Julián Ríos, Javier García Galiano, y un ensayo del propio Toledo, integraron el dossier de homenaje. Aquí la liga para conocerlos:

Que le dará la alegría de la vida, fruto de esta preocupación se adoptó y el fármaco no tiene ningún efecto sobre la función reproductiva masculina. Modelo Tacuma, color plata o conocerse con composición, ceofa cree haber encontrado un nuevo ‘punto débil’ de las subastas andaluzas, que es https://vforor.com/ aún más importante.

http://confabulario.eluniversal.com.mx/un-tatuaje/

 

Un tatuaje

Ana Clavel

© Yarda

© Yarda

Entre ella y Martín bajaron la cortina metálica del local de tatuajes. Después de colocar los candados, echaron a andar por la calle de Brasil que aún bullía de gente por ser sábado. Era una noche cálida así que los vendedores de los Portales de Santo Domingo se abanicaban con los folletos y muestras de invitaciones que ofrecían a los paseantes, deseosos de convertirlos en los últimos clientes del día. Varios negocios habían cerrado pero otros mantenían su luz fluorescente sobre mercancías inútiles pero llamativas: adornos, lámparas de papel, bisutería, muñecas, ratones de cuerda. Los lugares de comida rápida con sus televisores silenciosos seguían atrayendo a gente que se perdía en una contemplación bovina entre ver y masticar. Del Salón Madrid escapaban acordes de la Banda del Recodo que alguien del interior había puesto a sonar en una rocola, cuando Martín le pidió que se detuvieran a comprar una botella de agua. Entraron a una miscelánea. La chica que cobraba le dijo a Martín que le gustaba el tatuaje de huesos que traía en ambos brazos, como si su esqueleto se transparentara en esas partes del cuerpo. Él le respondió que cuando quisiera le hacía uno con rebaja especial por ser de negocios vecinos. Ella contestó:

—Pero no de huesos. Uno de flores como el de tu amiga… —se refería al que traía Alina en el cuello y que se extendía hacia atrás de su oreja izquierda. Alina sonrió y se acercó a la dependienta, casi de su edad. Estiró el cuello para que pudiera apreciarlo mejor.

—Si te fijas bien, hay una calavera en el centro de la flor… —le dijo. La muchacha lanzó una exclamación de sorpresa y agrado.

No hicieron otra parada hasta llegar al metro Zócalo. Apenas alcanzaron la zona de maquetas que representaba las pirámides de la antigua Tenochtitlán, se despidieron. Iban en direcciones opuestas: Martín a Iztapalapa y Alina a Tacuba. Él dijo:

—Nos vemos el lunes. Me saludas a Juan.

—Claro… Yo le digo. Buen fin de semana —contestó ella.

Descendió al andén poblado de gente que regresaba a sus casas con el cansancio de un día de compras y trajín en el centro. Un grupo de jóvenes mestizos con paliacates en la frente y camisetas que dejaban ver sus brazos curtidos y correosos bromeaban entre sí y se pasaban uno a otro una efigie de San Judas Tadeo de casi medio metro. La distrajo un mensaje del celular. Era de Juan preguntándole cuánto tiempo tardaría en llegar al lugar convenido para recogerla. Se aprestó a contestarle que iba para allá. “Pero hay mucha gente, el metro no pasa y el calor está que arde…”, terminó de escribir justo antes de que el convoy arribara con su sonido desfogado.

Cuando entró al vagón traía en mente el recuerdo de Juan. Su barba suave, sus manos de diseñador, la loción de maderas que se ponía en el pecho y las axilas, siempre fresca y aromática por más que sudara. Llevaban poco más de un año viviendo juntos. En unos meses viajarían a un congreso de tatuajes en Atlanta. Muchos de los diseños que Alina probaba con sus clientes, y que le habían ganado cierta fama entre los tatuadores del centro, eran de Juan. Dragones escamados, hadas estilizadas, flores de un jardín de las delicias inusual. Leer más: http://confabulario.eluniversal.com.mx/un-tatuaje/


El paraíso recuperado

 

  • Mónica Lavín escribe sobre Las ninfas a veces sonríen

Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, agosto de 2013.

http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=21&art=686&sec=Rese%C3%B1as

El paraíso recuperado
Mónica Lavín

Solamente ojos me inclinaba sobre el borde para tocar la punta de un asombro.
Ana Clavel

De la escritura de Ana Clavel me gusta su mirada plástica, su atención a la forma y a la luz, su
discurrir de las sombras, su andarse en terrenos de lo ambiguo y delicado, de lo íntimo y lo
secreto; en una arista donde los cuerpos rozan sus límites porque el deseo acecha en lo
orgánico, en su punción como idea que late bajo la piel. Nos colocó en ello con Cuerpos
náufragos y Las violetas son ores del deseo. Su nueva novela, Las ninfas a veces sonríen, hurga
también en el deseo, en el cuerpo desde su despertar y lo hace de manera fragmentaria (¿hay
otra manera de mirar un cuerpo?) y con ese acariciar el lenguaje que es como Clavel labra la
prosa. Dividida en tres partes, transitamos con Ada de la luz que empieza a sombrearse, al
dolor de lo que el cuerpo desea y no puede obtener, a la escritura como recurso para volver al
paraíso. “Apenas tenue”, “Toda fuente” y “Después del paraíso” es como Clavel ha decidido
nombrar los tres momentos de Ada.

I
Ada pubescente, Ada ninfa, habitante de un paraíso donde el padre es el omnipotente, donde el hermano es Serafín Cordero,
donde el amigo es Pepe y luego Pepe Satán, donde la madre es diosa, las Ángeles son dos compañeras de la escuela, donde
Gabriel el Arcángel es el primo que descubre el deseo primero de Ada, siete años menor que ella, donde Rosa es la conciencia y
su hermano el bachiller el que le enseña el aroma donde se pierden los sentidos mientras una ciudad o un país pierde a sus hijos
cubiertos en sangre en la plaza. Este vértigo, casi retablo de El Bosco, es para subrayar el poder de la mirada de Ana Clavel que
hace de lo cotidiano e íntimo del tránsito de la naciente pubertad a la madurez, fábula, leyenda, mitología. Asistimos a la
fundación de un mundo mítico que es el nuestro, el de la caída del Ángel, el de las Evas y las mujeres de Lot. La mordedura de la
manzana, la inocencia perdida.
¿Quién puede tomarle el pulso al momento exacto en que el cuerpo liso, el cuerpo despoblado de vello, el olor y los humores, la
mirada y el mundo blando y acogedor dejaron de serlo? ¿Cómo disparar el obturador de la cámara para recoger el instante?
Habría que estar muy atento mirando al horizonte abierto para pescar el momento en que el sol agazapado en rosa amanecer
tiñera al cielo de blanco rotundo. Eso es lo que hace Ana Clavel en “Apenas tenue”, esa Ada que descubre el cambio en el cuerpo
de las otras y atisba el suyo como una promesa imparable, la boca redonda y jugosa cuando pasa horas mirándose al espejo
como Narciso. La excitación del peligro, no atravesar el patio, no esconderse con los primos, no dejarse tocar, tocarse, saberse
cuerpo, sentirse cuerpo, saberse mirada, querer ser mirada, olfatear el peligro, ese jardinero que se lleva a las niñas grandes a la
covacha, la ninfa despuntando, la Sor saliendo, los pétalos cayendo y revelando lo que ya va a ser imposible detener. Con
perturbadoras situaciones, con inofensivos juegos, con carreras y guerritas y persecuciones y tacones de mamá, Ana nos coloca
en el borde mismo del asombro: donde el juego se convierte en otro juego, sin que medie propósito. La vida como un bosque
donde las niñas se pierden y los lobos habitan, y las niñas se entusiasman con los lobos, porque hay un traslape misterioso entre
la inocencia que se abandona y el deseo que nos habita para que no exista más el blanco y negro, el abismo como un animal
perturbador que ya enseña sus fauces, pero nosotros apenas las miramos.
Ana Clavel enfoca su prosa detallada en esa nínfula que ya no puede dar marcha atrás y nos recuerda el asombro perdido.
¿Cómo ha podido hacerlo con tanto tino?, ¿cómo sabe que así fuimos o pudimos ser?, ¿cómo ha podido nombrar lo
irreconocible, el borde, la punta, el extremo donde soltamos la manta de cielo y hundimos las manos en la tierra para que
aquella negrura en las uñas se nos quedara para siempre? Niña, lávate las manos. Eso no se hace. Jugar al doctor, a esconderse
en el clóset con el primo, aguantar la respiración, reconocer que algo está pasando, ¿qué está pasando? La pluma de Ana lo
persigue, lo mete en frascos de cristal y nos lo muestra con palabras precisas. “El beso de su mirada en la punta de mis pudores”.
Pienso en un cuadro de Balthus, la chica lleva una toalla en la mano, el pelo largo enmarcado por una balerina, está desnuda y el
torso es el de una niña, el rostro de perVl también, pero sus pequeños pechos han empezado a sobresalir, botones, rosas. Lo que
escribe Ana evoca un cuadro, porque la fuerza de sus palabras nos obliga a mirar. Descubrirnos enredadas en las fauces de la
niñez perdida. ¿Cuándo? ¿Cuál fue el momento preciso?

II
Por eso en “Toda fuente” sucede, el cuerpo es un surtidor: “Todo era fuente y también herida… Todo me tocaba y me
desbordaba”. El cuerpo ya no contiene al mundo ordenado de juguetes y pijamas, de buenas noches y chocomilks, el cuerpo
sangra, la sangre lo es todo. La planta que la tía Aura tiene en un frasco y que lleva por nombre Clarimonda nota que Ada
sangra, porque el primo mancebo que es cazador también lo hace. El mundo vegetal y el animal asisten a la fuerza del cuerpo
que hace evidente el cambio. La expulsión del paraíso ha ocurrido porque el deseo por el otro se vuelve tortura. Un aroma llena
los recovecos de la ninfa que se prende del bachiller, el bachiller que protesta pero que atiende a una sirena y Ada enloquece de
dolor, de impotencia. Ella que conoció los juegos primeros de tentarse, de cambiar caricias por monedas con el mago aquel, de
esconderse en la cama con el primo mayor, ahora reconoce la mordedura de la iguana. Con su amigo ha jugado a las chupadas
de vampiro, a dejarse círculos rojos, marcas. La sangre está en todos lados, y también está en el cuello, ése que se doblegará más
tarde, cuando Ada comprenda la importancia de ese espacio del cuerpo que se vence para recibir. Ha descubierto que ser
vampiro no obliga a la muerte: “Tu luz irradia oscuridades del deseo”. Quiere enseñarle al bachiller el origen de esos círculos
rojos, quiere dejar su boca en su piel, y cuando lo hace descubre la condena: “El beso vampiro no lo había despojado de la vida a
él como solía suceder en las leyendas, sino que me había convertido a mí en una sombra deseante de los misterios de su aroma”.
No será como jugar con su amigo, Ada lo sabe porque tiene nostalgia del aroma, conoce de sirenas que arrastran a los hombres.

III
¿Y qué hay “Después del paraíso”, como reza la tercera parte del libro? ¿Cómo se camina después del aroma añorado, de la
historia inventada que Ada escribe y que Rosa reclama que así no fue, que esa historia de su prima Falaci es La historia de
Hungría? La confusión de las verdades, la expulsión por maneras de ver el presente, de involucrarse en él. ¿Qué se hace cuando
se descubre que “el espanto y la belleza podían ser caras intercambiables del paraíso”? Ni el padre omnipotente, ni la diosa
madre ni las hermanas podrán salvarla de las huellas de faunos y dríadas. Para sobrevivir a la expulsión buscará en las pieles la
ediVcación del territorio del deseo, reconocerá el desencanto y retomará el vuelo, aunque persistentemente le escriba a él (“Se
me olvidaba decirte que, a pesar de todas mis muertes, todavía te sueño”), al objeto de deseo, aquél con el que perdió la paz del
que no sabe de amores. Para sobrevivir al después escribirá las “Memorias de la ninfa”.
Si Ana Clavel propone a la escritura como arma para sobrevivir a la expulsión, el tránsito de la luz a la sombra, para registrar la
duermevela del deseo (“duerme que vela encendida”), del antes y después del momento en que el día se hizo noche, ha
acertado. Su prosa es tan envolvente como temible. Sus alcances son los de la poesía, su fuerza narrativa es la de la fabulación,
la de la quimera, Clavileño y Pegaso, las mujeres como ciudades: incidir en el origen. Ana Clavel se ha propuesto vestir el mito y
desvestir el tránsito de la niña a la mujer. De la luz a la sombra. En sus entresijos somos marea de pieles, vaivén de instantes que
incitan a un recuento de bordes, de aristas, de despeñaderos y vuelos retomados, para conseguir la estatura mítica del tránsito
de la inocencia a la sombra. Para que sea otro quien muerda la manzana. Toda ninfa debe tener sus memorias, y sí, concuerdo
con Ana Clavel, las ninfas a veces sonríen.
__________________________
Ana Clavel, Las ninfas a veces sonríen, Alfaguara, México, 2013, 128 pp.

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Otros labios, otros paraísos

Columna: A la sombra de los deseos en flor, revista Domingo de El Universal, 3 de noviembre de 2013.

http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/Otros+labios%2C+otros+para%C3%ADsos-1920

Otros labios, otros paraísos

Ana Clavel

Estudios recientes hablan de la metáfora como la forma en que pensamos con nuestros cuerpos. En Philosophy in the Flesh, Lakoff y Johnson argumentan que el pensamiento abstracto no tendría sentido sin la experiencia corporal. Y es que, a menudo se nos olvida, el cerebro también es cuerpo. Cuando en la vida diaria afirmamos que una «persona es cálida», o que una mujer o un hombre son «calientes», estamos acercando un plano sensorial (calidez, ardor) para hacernos una idea de algo más intangible.

 

Fotografía conceptual de Alva Bernadine

Fotografía conceptual de Alva Bernadine

Hay otro tipo de metáforas para aludir a algo que no se desea nombrar, ya sea porque tocamos territorios de pudor y censura, ya sea porque es más sugerente jugar con la variedad de imágenes connotadas. Es el caso de la afamada expresión «la sonrisa vertical» para aludir a la genitalia femenina. Para nadie es un secreto que la designación «labios vaginales» obedece al parecido de la vulva con una boca u ojiva. Así es mencionada desde el muy antiguo Brihad Aranyika Upanishad hasta el poema «Cuerpo a la vista» de Octavio Paz:

«Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,
bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma,
cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro,
boca del horno donde se hacen las hostias,
sonrientes labios entreabiertos y atroces,
nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible
(allí espera la carne su resurrección y el día de la vida perdurable).»

Claude Chappuys, bibliotecario de Francisco I de Francia que también escribía blasones jocosos, dedicó uno al «hueco hermoso de labios sonrojados  de donde el goce proviene». Uno de los amantes de la novela El infierno de Henri Barbusse le dice a su amada al contemplar fascinado la «herida misteriosa que se abre como una boca, sangra como un corazón y vibra como una lira: Es tu verdadera boca».

En su libro Erotismo al rojo blanco, el poeta Elías Nandino crea una metáfora inversa, un camino de retorno que resignifica la fuerza sexual de los labios, cuando dice:

«Es que hay besos que valen mucho más

que un coito completo;

porque son tan carnales,

de veras,

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que nos dejan las bocas

con dolor de caderas.»

 

Un secreto diálogo de metáforas se resume en esta frase del dramaturgo argentino Alfredo Arias, capaz de provocarnos una sonrisa cómplice: «La risa es el orgasmo del rostro». Aunque no todas las sonrisas tienen un carácter erótico, sí nos hablan de la capacidad de goce de quien las esboza. Es sabido que la risa nos coloca en un lugar fuera del tiempo, como también sucede con el éxtasis amoroso. No es casual entonces que esas otras bocas ocultas, sonrían, e incluso lleguen a lanzar una carcajada gozosa de tumbos y oleadas interiores. «Punto de contacto / donde las palabras terminan / y los cuerpos siguen», como escribe Marge Piercy en el poema «Meditación en mi posición preferida».

Es muy cierto que hay rostros que prometen y sugieren con sólo sonreír. No sé si por influencia de la afamada expresión que enlaza la sonrisa con la genitalidad, pero he llegado a creer que los labios gráciles de la Mona Lisa resultan tan enigmáticos precisamente porque evocan esos otros labios carnales –y los paraísos terrenales sin nombre que son capaces de desencadenar.

San Juan, Wittgenstein y los buenos amantes saben muy bien que, lo mismo en el éxtasis que en la iluminación, abandonamos el lenguaje para habitar el balbuceo o el grito celebratorio. Después, en la reconstrucción, recurrimos a ese manantial de imágenes y representaciones que es la metáfora amatoria: otra forma de pensar con nuestros cuerpos, de sonreír y recuperar el Paraíso.


Las ninfas en la mirada de Élmer Mendoza

  • Élmer Mendoza escribe sobre Las Ninfas a veces sonríen

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El Universal

20 de agosto de 2013

http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2013/08/66088.php

Élmer Mendoza
Ana Clavel

Ana Clavel es una novelista del cuerpo. Cada una de sus entregas es el
cuento de cómo los seres humanos somos los dueños de un universo de
suavidades y cavidades que es necesario nombrar por su capacidad de
unificar pensamientos dispersos. El poder, la violencia, la religión o las
enfermedades desaparecen al primer llamado. Ah cómo crece y palpita
el lenguaje en estas líneas que escurren como si salieron de la cálida
matriz del cosmos. En su novela Las ninfas a veces sonríen, publicada
por Alfaguara en México en noviembre de 2012, cada página es una
vibración que se comparte como una forma de salvar a la raza humana.
Ana Clavel, que nació en la ciudad de México en 1961, es la gran
creadora de atmósferas de deseo en la literatura mexicana. En la novela
que nos ocupa, desarrolla el instinto erótico de Ada, una princesa de un reino cercano, que con cada experiencia no
sólo aprende a ir más segura por el mundo, sino a ser feliz justo con lo que es suyo y de nadie más: su cuerpo. Ada
no teme a la proximidad masculina, por el contrario, entiende que esa rica mezcla de sensaciones es el placer y que
no pocas veces es prohibido. Ada, es mucho más atrevida que Lolita, por ejemplo, y nada manipuladora, puesto que
algo le dice que ha nacido para el placer y que es una especie de sacerdotisa del cuerpo. “Mi mirada en el espejo
era el más amoroso y violento de los besos”, afirma quien sabe de la fuerza de sus ardores.

Las ninfas a veces Archivo Alfaguara 2
Las ninfas a veces sonríen es una novela de seducción contada en primera persona. Es rica en expresiones suaves,
esas que erizan las ganas y consiguen que el lector busque una ventana para ver si alguna nínfula pasa en ese
momento por la calle o pasea por el jardín olisqueando las flores, ligera como una chuparrosa. Lengua, boca, labios,
succión, su olor me abre; “caballero de manos dulces”, “me cobijó entre el compás de sus piernas”, “se subió las
enaguas y lo obligó a lamer el fruto oscuro, de sabor agrio, que tenía entre las piernas”, son algunas de las
expresiones con que la personaje se explica lo que le pasa a ella y lo que ocurre alrededor. Ana Clavel escribe con
estilo. En su discurso todo parece natural, se siente que esos cuerpos jóvenes lo único que hacen es vivir las etapas
necesarias para descubrir las delicias del cuerpo y de la vida, “el placer torbellino de dejarse sorber por el goce y la
voluntad del otro”, y no olviden que hay que comer y bailar que el mundo se va a acabar.
Ada es una nínfula que crece feliz. Supo cómo convivir con faunos de cascos centelleantes, saciar su curiosidad y
celebrar cada encuentro como una pieza única. Madura ya nos cuenta de amantes especiales, entre ellos el
ginecólogo de manos largas que le ayudó a ser madre en un parto natural. También su experiencia con un príncipe
de semen azul sin dejar fuera al primo providencial que toda chica de familia decente tiene a mano. Ada tampoco
careció del tío lubricoso y de una numerosa cohorte de amigos de sus hermanas mayores. Qué haríamos sin el amor
filial, ¿verdad? Con ese estilo suave de una novelista que no se interesa por el paso del tiempo, Clavel nos conduce,
con mano segura por esa historia hecha de respuestas para preguntas que uno no había pensado pero que de seguro,
en algún momento de su vida, se iba a formular. Entre ellas la respuesta maestra que al final es la que hace este
mundo posible: las mujeres y los hombres no son iguales. Sobre todo en este espacio, de capítulos breves pero
sustanciosos, donde no hay frutos prohibidos.
En esta novela se celebra la vida. Las sudoraciones corporales, las miradas, el concepto de Paraíso, el aleteo de las
mariposas, las falsas casualidades; se mencionan la cerezas y la ambrosía como instrumentos de pasión, se jerarquiza
esa “sombra deseante de los misterios de su aroma”, la enseñanza de que, “es propio del amor saber sin haber
aprendido”, o aquello de que “los ojos también tienen tacto”; queda claro que un hombre y una mujer están aquí
para encontrarse, tocarse y sublimar la palabra hecha susurro, cuando se supera “el goce de ser perseguida”. Nadie
se atreverá a negar la fuerza de los intersticios.
Las ninfas a veces sonríen, es muy clara: El sexo es la única fuente de la eterna juventud. La pasión es el exclusivo
alimento contra el abismo. Un encuentro sexual es el camino de la gloria y el primer paso para obtener las llaves del
reino. Ana Clavel nos cuenta y nos invita a llevar una vida correcta y productiva, sin olvidar a nuestro cuerpo, “que
siempre será virgen”.