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Beatriz Espejo o el arte de bruñir universos*
Por Ana Clavel
I. Nombre y destino
Muchos creen que nombre es destino. Si se atiende al significado de las palabras que conforman el de Beatriz Espejo, encontraremos muy pronto que al lado de la misión de “hacer feliz” que le viene del latín beator, de donde deriva el femenino Beatrix, se sitúa el del artefacto capaz de revelarnos nuestra identidad a través del reflejo y la apariencia. Así pues, si conjuntamos ambos significados, podríamos llegar a la conclusión —por supuesto, errónea— de que Beatriz Espejo tiene como destino ser un instrumento para que los otros se reflejen de una forma feliz y gozosa.
Ella misma de una belleza proverbial, bien pudo convertir el Espejo de su destino nominal, en motivo de vanidad y soberbia. En mujer que no sabe latín, que se casa y tiene buen fin.
Sólo que Beatriz Espejo (Puerto de Veracruz, 1939) es una mujer que se sitúa frente al nominalismo y frente al destino: es mujer que sabe latín, pero en vez de padecer las consecuencias de la opresión de los géneros, sí se casa (más de 30 años con el destacado crítico Emmanuel Carballo) y tiene buen fin: el de escritora, el de dueña de sus palabras y pensamientos. Y para serlo, otra vez se pone contra el destino: si bien sus escritos nos revelan como en un espejo mágico densidades y temperamentos ocultos, no nos producen una felicidad instantánea. En realidad, hay mucho de dolor y desenmascaramiento. Pero la literatura, ya se sabe, cuando vale la pena, nunca es complaciente. Es verdadera, pero de la única forma que puede serlo la literatura necesaria: la de mostrarnos una verdad estética. Sin contemplaciones, con la única limitación de la coherencia narrativa y ficcional que exige la propia historia. Así fue desde La otra hermana (1958), el primer libro de cuentos que su maestro Arreola le publicó en la colección Cuadernos del Unicornio, en la época en que Beatriz Espejo cursaba la carrera de Letras enla Universidad Nacional, y en donde es posible vislumbrar ya la obsesión por el lenguaje perfecto y el deseo de hurgar en sus personajes ese otro lado de las pasiones que llevan a una lúbrica ninfa Eco, por ejemplo, a cercar y hundir a su amado en el cuento “Narciso en el agua”, el único que la exigente maestra Espejo rescataría a la postre de ese volumen inaugural.
¿Pero de dónde le viene a esta escritora la pureza de la escritura y la exigencia con sus personajes? Ella misma responde vinculándose a una genealogía de narradores de primer orden: las hermanas Brönte, Katherine Mansfield, Katherine Anne Porter, Juan José Arreola, Martín Luis Guzmán. De ellos aprendería sobre todo el artificio de una prosa impecable; de ellas, la mirada incisiva para escudriñar en el mundo de los gestos, los detalles, las cosas nimias de la existencia, que sin embargo, pueden volverse reveladoras.
Proveniente de una familia rica y tradicional del puerto de Veracruz que terminó por trasladarse ala Ciudadde México, nuestra autora estudió en colegios de religiosas una educación en regla para la señorita de alcurnia que entonces era. Por supuesto, las monjas detestaban su carácter ingobernable. Ellas decían que su risa era diabólica; Beatriz contestaba que sus carcajadas eran “argentinas” porque había escuchado la palabra en una película de aquel entonces.
Si bien las teresianas le enseñaron a coser y a bordar con maestría, ella desarrolló por cuenta propia la obsesión por el detalle. Por esa punta del iceberg que emerge en un aparente mar tranquilo, mientras atrás están las pulsiones amenazando con desbordarse, como nos lo revela la dulce y feroz hermana Estrellita en el cuento “Primera comunión” del libro El cantar del pecador (1993).
Antes había publicado Muros de azogue (1979), en el que recrea el ambiente familiar y veracruzano con una memoria real e inventada. Será hasta Alta costura (Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 1996) y Marilyn en la cama y otros cuentos (2004), donde Beatriz Espejo desarrolle temas más cosmopolitas y contemporáneos. Pero ahí también predomina la mirada de escalpelo para diseccionar ese lado prosaico, cruento, grotesco de sus personajes, casi todos mujeres que, no obstante la celebridad como en el caso dela Monroe, o el anonimato como en el caso de Lucrecia del cuento “El bistec”, se nos revelan en una descarnada condición humana, con sus bajezas y defectos, con su degradación y sus condenas.
Es gracias a esta mirada incisiva y despiadada que la literatura de Beatriz Espejo se encuentra lejana de un feminismo ramplón y proselitista. Ella, que conoció de sobra los ambientes de las “niñas bien”, se guarda de aproximarnos con un análisis cómplice y frívolo; por el contrario, hay un regusto casi mordaz por el lado sórdido y corrompido de la bondad y la belleza que mucho recuerda el naturalismo de Guy de Maupassant, aunque claro, con recursos más actuales. Qué lejos la BeatrizEspejoadolescente que leía Mujercitas, la Vida de santa Teresa de Jesús, los poemas de Salvador Díaz Mirón, las novelitas sentimentales de Corín Tellado y que bien pudo derivar a la escritura superficial y fácil de autoras que han hecho del tema de lo femenino un lugar común y anodino: complaciente.
En cambio, Beatriz Espejo publica poco. En su momento la han ocupado otras actividades: la edición de una revista literaria independiente, El Rehilete (1959-1969), dirigida por mujeres y en la que publicaron cerca de 300 autores contemporáneos; su labor dentro del periodismo cultural (reportajes, notas y entrevistas con luminarias de la literatura latinoamericana como Julio Cortázar y Jorge Luis Borges que le valieron en 1983 el Premio Nacional de Periodismo); una faceta académica que cristalizó primero en una tesis doctoral que se publicó con el título Julio Torri, voyeurista desencantado (1987), dedicada precisamente a uno de sus mentores, aquel que le enseñó “la importancia de la corrección y la paciencia para publicar”. Esta labor de investigación y docencia la ha llevado a mantener durante más de tres décadas una cátedra de taller de cuento enla Facultad de Filosofía y Letras dela Universidad Nacional, guiando a numerosas generaciones de alumnos, y a recibir en el 2006 el Premio Universidad Nacional.
En el volumen de sus Cuentos reunidos, editado por el Fondo de Cultura Económica en el 2004, nuestra autora declara una suerte de Ars poetica que la vincula con el género cuentístico, dada su común naturaleza rebelde, como si se tratara de una especie de autobiografía literaria: “Los cuentos son unos taimados y no sólo divierten, sino dicen más de lo que dicen; abarcan poco y aprietan mucho, imponen leyes difíciles de cumplir, desechan sin el menor remordimiento todo lo inservible a sus propósitos y se ufanan de que las cosas complicadas parezcan fáciles”.
Con una depurada colección de varios libros de cuento y una novela, Todo lo hacemos en familia (2001), en la que retorna al ambiente de una familia provinciana con su doble moral y sus figuras masculinas casi míticas, Beatriz Espejo ha sumado a los reconocimientos de sus lectores exigentes el honor de un premio que lleva su nombre: el Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo, instituido por el Instituto de Cultura de Yucatán desde 2001.
Pero sobre todo, con la búsqueda de una escritura perfecta y una despiadada capacidad de hurgar en sus personajes, Beatriz Espejo se reconcilia así con su destino nominal: no al reflejarnos superficiales y vacíos en el espejo de una escritura complaciente, sino al provocarnos esa otra felicidad, honesta e íntima, que deriva de atrevernos a reconocer quiénes somos, con rostros y cicatrices no por ocultos, menos verdaderos.
II. Si muero lejos de ti o el arte de bruñir espejos
Según Plotino, la materia es irreal. Borges, que toma como punto de partida un pasaje de sus Eneadas para, paradójicamente, historiar la eternidad, emplea la metáfora de un espejo, a la vez lleno y vacío, a fin de dar una idea de la esencia de lo material: “Su plenitud es precisamente la de un espejo, que simula estar lleno y está vacío; es un fantasma que ni siquiera desaparece, porque no tiene ni la capacidad de cesar”.
Hay numerosos espejos en la tradición: ahí está por ejemplo Narciso que muere no por mirarse demasiado en las aguas que reflejan su imagen, sino porque, nos recuerda Tiresias, se mira pero no se conoce suficientemente… O el espejo de Alicia que permite el paso a una realidad invertida y alterna. También está el espejo “negro”, referido por Truman Capote en un relato de Música para camaleones, usado por los pintores para descansar la mirada… O el “espejo de sabiduría” del que nos habla Oscar Wilde en “El pescador y su alma”, en el que se reflejaban todas las cosas del cielo y de la tierra excepto el rostro de quien se miraba en él.
El espejo nos remite a esta paradoja no exenta de simbolismo: ¿somos lo que parecemos? ¿O nos asomamos a él como nos inclinamos a la fuente de los deseos o a los mismos libros para que nos revelen esos otros que nos habitan sin saberlo?
Muy variados espejos se nos revelan en el más reciente volumen de relatos de Beatriz Espejo, Si muero lejos de ti (Lectorum 2012): imágenes vívidas y reflectantes, momentos fulgurantes, decisivos, sugerentes en las vidas de personajes en su mayoría célebres: Sylvia Plath, Silvina Ocampo, Manuel José Othón, Marilyn Monroe, Leonardo da Vinci, Alberto Gironella, Agatha Christie, la emperatriz Carlota, Elena Garro y Colette, Salvador Díaz Mirón, Agustín Yáñez… Retratos ficcionales extraordinarios que Beatriz Espejo sabe bruñir con sagaz imaginación e impecable oficio.
Así, asistimos a los entretelones de la frágil existencia emocional de la poeta norteamericana Sylvia Plath, en el relato “Sólo quiero escribir”, previo al instante decisivo en que después de alistar el desayuno para sus pequeños hijos, introduce la cabeza en el horno de la cocina para dar fin a su angustia y depresión.
O la dependencia amorosa en su vertiente de celotipia de la escritora argentina Silvina Ocampo, casada con el narrador y dandy Adolfo Bioy Casares, apenas unos años menor que ella; su existencia a la sombra del amado infiel, de los amigos afamados como José Bianco y Jorge Luis Borges que no obstante alababan su imaginación clarividente.
Un caso semejante, retrato de locura por el desamor, es el de “Miserere mei Deus” que refleja a la emperatriz Carlota a través de una segunda voz incisiva. En unas cuantas páginas contemplamos la gama de oscuridades y complejidades de una pasión que Fernando del Paso en su monumental Noticias del Imperio, consiguió delinear desde la parodia y el ridículo. Aquí, en cambio, en medio de un esmerado derroche de datos cotidianos e íntimos que recrean los distintos ambientes palaciegos en que vivió el personaje de la desdichada emperatriz, esa segunda voz narrativa con lengua de escalpelo y atributos de conciencia omnisciente, se dirigirá a Carlota no para recriminarle sus acciones sino para compadecerla, pues sabe que el dolor de la traición amorosa la convertirá no tanto en el mito de una emperatriz loca, sino en el simple caso de una despechada mujer de carne y hueso: “Supiste que el amor duele y por ser tan grande y desgarrado se convierte en odio. Odiaste a Max con la misma fuerza con que lo habías querido. Le deseaste la muerte. Te volviste su ángel de la muerte…”
Pero la mirada reflectante de Espejo no se detiene en el género, también sabe calar en personajes masculinos de muy distinta índole, lo mismo en el autor del célebre poema “Idilio salvaje” que del genio renacentista de todos los talentos: Leonardo da Vinci. Del primero, urde un episodio singular en la vida del poeta potosino Manuel José Othón, extraordinario en su nivel de cotidianidad y a la vez de complejidad de una psique que lo mismo se apasiona por el juego de billar en solitario que, en su calidad de juez de provincia, decide condonar el castigo de un preso por el desconcertante hecho de ser un magnífico semental para mejorar la raza. Así vemos al poeta Othón de buen samaritano, buscándole a tal garañón una potranca a su altura. Entre tanta labor de celestinaje el buen juez no puede evitar tomar parte en las apetencias de la sangre y a golpe de lujuria vierte su pasión carnal en ese su arrebatado poema “Idilio salvaje”, en el que naturaleza y deseo se desatan ante las tentaciones de una indígena de “ardiente cabellera como una maldición”…
Otro acierto es la variedad de técnicas de composición utilizadas con maestría en este volumen, como es el caso del relato “Sólo los reyes tienen tales placeres”, memorable por la urdimbre narrativa para abordar el personaje de Leonardo da Vinci desde la mayestática voz de Francisco I de Francia. Narrado desde la voz imperial que al no caber en un simple “yo” se agiganta en un “nosotros” múltiple y absoluto, semejante a la aquiescencia de la divinidad con sus creaturas, es la voz plural del monarca la que se encarga de reflejarnos los caprichos, genialidades, fracasos de uno de sus hijos más dilectos.
Otro de los relatos más apasionantes de Si muero lejos de ti, y vaya que abundan los retratos magistrales, es el dedicado a la escritora inglesa Agatha Christie. Ahí la autora entrevera la información biográfica de la famosa escritora de thrillers con la triste noticia de Madeleine, la niña de cuatro años desaparecida en Portugal en 2007. A través de un ejercicio de imaginación portentoso y el dominio del oficio de la escritura, Beatriz Espejo consigue inmiscuir a la propia Agatha Christie en un thriller que da cuenta de las manías, recovecos, cotidianidad e intimidad de la novelista inglesa: sin duda una lección maestra de una escritora como Beatriz Espejo que no se duerme en sus laureles al conseguir abordar un polémico tema de actualidad y a la vez rendir así el mejor de los homenajes a una de sus escritoras predilectas.
Sin embargo, uno a uno los relatos aquí reunidos suman la imagen de un retrato aún mayor: el de la propia Beatriz Espejo, sus obsesiones como la soledad y la morbidez, sus amores literarios, su mundo libresco, su fascinación por la música, pero sobre todo su delicado arte de bruñir espejos. Un arte que a partir del detalle, la sugerencia, la mirada incisiva es capaz de revelarnos a nosotros mismos en la refulgente imagen de un puñado de existencias que, ya sean célebres o anónimas, reales o posibles, no dejan de ser espejeantemente humanas.
*Publicado en Revista de la Universidad de México, núm. 102, agosto 2012. http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/0212/clavel/02clavel.html