Columna *A la sombra de los deseos en flor*, revista Domingo de El Universal, 8 de febrero de 2015.
¿Nínfula o ninfeta?
Ana Clavel
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Con Lolita, el escritor ruso Vladimir Nabokov inauguró en 1955 un mito y dio a conocer un singular espécimen. El mito: la enfant fatale. El espécimen: la “nínfula”. Sin embargo, lectores y seguidores del libro suelen toparse con la versión “ninfeta” para designar a la adolescente que irradia una “gracia letal” desde sus páginas, y que sume a su protagonista cuarentón en los abismos de la tentación y el deseo. Etimológicamente “ninfa” proviene del griego νύμφη: novia, la que porta un velo. El Diccionario de la Real Academia la define como “cada una de las fabulosas deidades de las aguas, bosques, selvas”. Otra acepción ahí consignada se refiere a los insectos de metamorfosis intermedia, estado juvenil de menor tamaño que el adulto, con incompleto desarrollo de las alas, que es, en lo referente a la edad temprana, la acepción más cercana al concepto empleado por Nabokov en su novela:
“Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana (o sea demoníaca); propongo llamar “nínfulas” a esas criaturas escogidas.”
Nabokov utiliza la palabra inglesa nymphet en el original de su libro, razón por la cual los estudiosos de habla hispana que han leído la obra en inglés, suelen usar el término “ninfeta” en vez de “nínfula”, que es como aparece en la traducción que circula en español desde 1959, realizada por Enrique Tejedor, pseudónimo del argentino Enrique Pezzoni.
En un artículo aparecido en la revista Letras Libres en 2001, Ernesto Hernández Busto consigna una lista de omisiones y distorsiones debidas a la censura de Tejedor sobre todo en materia sexual, que nos recuerdan la veracidad del famoso dicho: Traduttore, traditore (traductor, traidor). Pero, en lo referente a la decisión de cómo se nombró ahí a la pequeña ninfa, salvo por quienes se refieren a Lolita con el anglicismo “ninfeta”, trasladado del original, nadie parece reparar en el hallazgo de la palabra “nínfula”.
Cuando Nabokov decide usar la palabra nymphet para designar a esas pequeñas ninfas de naturaleza demoniaca, emplea un término consignado ya por The Century Dictionary y atribuido al poeta Michael Drayton en 1612, fecha en que publica su extenso poema Poly-Olbion, donde usa la palabra nymphets para referirse a ciertas deidades menores que juguetean en los bosques de Inglaterra.
La expresión “nínfula”, en cambio, parece ser una derivación creada por Enrique Tejedor, a partir de la palabra “ninfa” y el sufijo latino –ula: diminutivo femenino. Esta adaptación culta no violenta las reglas del castellano al hacerse eco de nuestra lengua latina madre, y goza, además, de aumentar el grado de sonoridad dulce por el uso de una consonante líquida como la «ele» –una suerte de ensoñación fonética que conocía Nabokov al decir en las líneas iniciales de su obra:
“Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta”.
Los lectores y críticos que conocen el original en inglés suelen sorprenderse de que el traductor al castellano no haya empleado la palabra “ninfeta” –no obstante la tonalidad despectiva que en español sugiere ese anglicismo–, pero lo cierto es que el uso de “nínfula” se ha extendido en la designación de las ninfitas nabokovianas y de todas aquellas otras lolitas que han surgido a partir de entonces. Y tal vez ha sido así por la dulzura de su fonética que la acerca a la esencia sutil, volátil de estos seres perturbadores, sugerida en la frase inicial de la novela: “Lolita, light of my life”. Una de esas ocasiones en que el traductor no es traidor.