Un arma no tan secreta

Columna “A la sombra de los deseos en flor”, revista Domingo de El Universal, 17 de febrero de 2013. http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/Un+arma+no+tan+secreta-1266

Independientemente del tamaño, Buñuel, Hemingway, Gurrola sabían muy bien que los mejores martinis se toman en las copas de un brassiere recién desprendido.

Un arma no tan secreta

Ana Clavel

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Si para los hombres el asunto de las prendas íntimas femeninas tiene que ver con echar a andar la imaginación y la fantasía eróticas, así como la puesta en práctica para quitar tales prendas con probada maestría, para las portadoras suele revestir peculiaridades propias. Una amiga, por ejemplo, me contó que el primer día que usó un sostén no se lo quitó ni para dormir, tal era el encanto de sentirse mujer por el simple hecho de poder usarlo. Otra más me dijo que le parecía tan hermoso con sus encajes y sus flores de aplicación en seda, que se levantaba la blusa frente a propios y extraños para presumirlo. Por el contrario, le he escuchado confesar a otras mujeres con convicciones feministas que se rehusaron a ponérselo hasta que fue verdaderamente inevitable  —los senos generosos suelen ser particularmente sensibles a la ley de gravitación universal.

Pariente cercano del corsé que vio su apogeo en los siglos XVIII y XIX, el sostén (brassiere, sujetador, o simplemente bra), remonta sus orígenes a Grecia y Egipto donde se empleaban prendas sui generis de lino. En la arqueología de la prenda que sostiene dos mundos correspondió a Hermine Cadolle diseñar en 1889 un modelo con dos pañuelos que se unían al centro y se sujetaban por los hombros, y a Ida Rosenthal confeccionar en los años 20 los primeros sostenes por tallas según el tipo de sus copas: A, B, C y D.

Independientemente del tamaño, Buñuel, Hemingway, Gurrola sabían muy bien que los mejores martinis se toman en las copas de un brassiere recién desprendido. Tampoco falta quien goza con sólo contemplarlos, como el voyeur del cuento «Delta de Venus», extasiado ante uno que dejaba ver los pezones rosados de la protagonista a través de unos pequeños triángulos, y a quien le confiesa: «No se preocupe, no voy a tocarla. Me gusta sólo ver la ropa interior».

Si bien la afamada marca Wonderbra data de 1939, no será hasta los 90 que se convierta en un hito comercial en el mundo. La clave radicó en la belleza de las prendas y las sexys modelos que las portaban, pero también en slogans que subrayaban el poder de los atributos corporales femeninos por encima de cualquier otro tipo de razones: «Wonderbra: tu arma no tan secreta» en el anuncio espectacular de una voluptuosa Eva Herzigová, que causó más accidentes de auto que semáforo descompuesto.

Victoria's Secret Fashion Show 2001

Por contradictorio que parezca el sujetador representó en el momento de su producción en serie una liberación para las mujeres. Hermine Cadolle lo calificó de «le bien-étre», un «bienestar» frente a la incomodidad del corsé y del miriñaque. Pero para los convulsivos años 60 representó un instrumento de dominación ideológica que desató la famosa quema de brassieres por grupos feministas en varios puntos del planeta.

A pesar de que muchas mujeres hoy en día disfrutan la libertad de andar a su aire  —despertando la libido ante el más mínimo movimiento bamboleante—, el sostén ha continuado su apogeo como prenda fetiche y no son pocos los que compran lencería a esposas y amantes, incluso con incrustaciones de diamantes que elevan su costo a miles y millones de dólares como los modelos de colección de Victoria’s Secret.

La verdad es que por más ánimos iconoclastas que se tengan, portar un hermoso modelo de lencería con encajes y bordados puede hacer decir a más de una mujer liberada que, al menos de vez en cuando, es bueno ser objeto de la fantasía erótica de un hombre o una mujer deseados. Aunque, por supuesto, para los buenos amantes no hay sostén ni prenda que valga ante el sol de una mirada ardiente. Lo dijo Octavio Paz en un poema de su libro Hacia el comienzo: «tus pechos maduran bajo mis ojos».


Alebrije de palabras

Columna “A la sombra de los deseos en flor”, revista Domingo de El Universal, 1 de diciembre de 2013. http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/Alebrijes-2004

Alebrijes

Ana Clavel

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Alebrije es una palabra anfibia que sangra por los costados. Vuela, repta, brinca, da picotazos, tiene garras, escamas, colas. Es la cruza jocosa de los reinos y las especies. Bestiario fantástico encarnado en una sola criatura. Más que un sueño de la razón, es la imaginación de los sueños que toma a la vigilia desprevenida.

Antes de los tiempos, los alebrijes no existían. Esto se cuenta de su creación como si se tratara de un exvoto colorido, de ésos que abundan en la Basílica de Guadalupe: un día un joven artesano del barrio del mercado de Sonora enfermó de gravedad. En el delirio, soñó que unos seres extraños lo rodeaban en un bosque pero que, lejos de atacarlo, lo acompañaban en el camino de regreso a la conciencia. Entonces escuchó unas voces que gritaban: «¡Alebrijes, alebrijes!» Tan pronto se recuperó, el joven plasmó en figuras de cartón, como los judas, piñatas, máscaras que usualmente confeccionaba, estas criaturas prodigiosas surgidas de los abismos del inconsciente.

A pesar de la extravagancia y singularidad de las piezas, no deja de ser sorprendente la belleza híbrida de estos ángeles bizarros que en el caso de Pedro Linares, nombre del artesano creador de los alebrijes en los años 30, simbolizaron su recuperación física y más tarde su fama a nivel mundial. Una obra capaz de inaugurar un género en las artes manuales, practicado por miles de imitadores-creadores que han poblado el universo con nuevos y vivaces especímenes, surgidos de sus propios sueños o pesadillas. En tiempos más recientes, se ha instaurado incluso el desfile de alebrijes monumentales organizado por el Museo de Arte Popular en las avenidas Reforma y Álvaro Obregón de la ciudad de México, y es una delicia que esos juguetes gigantescos salgan a pasear por nuestras calles, como si de un carnaval onírico se tratara.

alebrijes

Hace poco la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla puso en circulación un volumen polimórfico: Alebrije de palabras. Escritores mexicanos en breve, compilado por José Manuel Ortiz-Soto y Fernando Sánchez Clelo, que reúne 107 minificciones. Textos breves, fantásticos, irónicos que lo mismo aletean por su imaginación volátil que se arrastran por las pasiones que transpiran, los microrrelatos aquí reunidos responden sobradamente a la idea de ser denominados «alebrijes textuales». Un festín abigarrado de humor, ponzoña, paradoja, ambrosía, néctares de la imaginación, que hacen pensar, en efecto, que la minificción es un género anfibio, alebrije verbal que mana magia y hechizos por los costados. Unos ejemplos brevísimos:

«Sobreviví al ataque de un piano silvestre. Meses después me empezaron a salir garras y un curioso ronroneo se apoderó de mi alma.» (Andrea González Cruz)

«Había una vez. Una, porque «dos veces» sería una historia repetitiva…» (Héctor Ugalde)

«Ilusionista: Clavado en la cruz, sonríe. Aún le queda su mejor truco.» (Hugo López Araiza)

«La mujer de sus sueños sólo lo quería como amigo imaginario.» (José Luis Zárate)

«Una mano masculina fue encontrada dentro de la blusa de una mujer que descendía del metro. La dama, de escote amplio, se rehúsa a entregar el miembro.» (Laura Elisa Vizcaíno)

También lascivas sirenas fabricadas a pedido del cliente en los textos de Úrsula Fuentesberain, robots que arrojan chispas como lágrimas al escuchar un viejo sonido mecánico en la historia de Alberto Chimal, la escuela de música para gorriones desafinados en la minificción de Roxanna Erdman, las seducciones de la piel y su tacto equívoco en el microcuento de Agustín Cadena…Y otros tantos alebrijes de palabras que habrían hecho sonreír al artesano aquel que un día despertó a la sombra de sus delirios en flor para entregarnos hermosas y barrocas monstruosidades.


Mujeres al desnudo

Un poema de Margaret Atwood desmantela algunos de los entretelones de esa condena social a la modelo del cuadro Olympia: en su descripción, coloca un “globo” encima de la criada negra que ofrece a Olympia un ramo de flores, presuntamente de uno de sus clientes o admiradores, con la frase invisible: “¡Puta!”, el grito acallado de cuantos han puesto en una mujer desnuda la furia de sus deseos enjaulados.

Columna: A la sombra de los deseos en flor, revista Domingo de El Universal, 20 de octubre de 2013. http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/Mujeres+al+desnudo-1883

Mujeres al desnudo

Ana Clavel

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La «Olympia» de Manet y «La Venus d’Urbino» de Tiziano,

cara a cara en el Palais des Doges de Venecia, agosto 2013

La pelirroja Victorine Meurent fue una joven de clase trabajadora en el París del siglo XIX, que pasó a la historia del arte por haber sido modelo de dos cuadros afamados de Édouard Manet: El almuerzo sobre la hierba y Olympia, ambos de 1863. En ellos, Victorine luce victoriosa, valga la redundancia, su espléndida desnudez. Tanto un cuadro como el otro fueron polémicos, pero el segundo fue un verdadero escándalo en el Salón de 1865 en que se exhibió para descontento de muchos visitantes que llegaron a golpear con sus bastones el lienzo, y a impedir que sus mujeres se detuvieran ante tal obscenidad. Y es que ahí, la modelo, en vez de agachar la mirada cual musa atribulada o Magdalena redimida, enfrenta al espectador y lo observa con la fuerza de su dignidad. Otra de las razones por las que esa pintura resultó ignominiosa fue porque retomaba un cuadro de tema mitológico, La Venus de Urbino de Tiziano (1538), pero lo volvía una materia más mundana: aludía a las costumbres carnales de la época. No obstante las críticas, el cuadro siguió su camino como obra de arte y le ganó a su autor un reconocimiento allende fronteras y épocas. En cambio, su modelo pasó a la historia como una prostituta más. La leyenda negra que se fabricó en torno a ella fue que murió joven, alcohólica y que también fue lesbiana.

Un poema de Margaret Atwood, Manet’s Olympia, desmantela algunos de los entretelones de esa condena social: en la descripción del cuadro, coloca un “globo” encima de la criada negra que ofrece a Olympia un ramo de flores, presuntamente de uno de sus clientes o admiradores, con la frase invisible: “¡Puta!”, el grito acallado de cuantos han puesto en una mujer desnuda la furia de sus deseos enjaulados. Pero la frontalidad del cuerpo de la modelo y su mirada desnudan a cuanto mirón se ponga delante. Ella, reconocerá la Atwood, es el verdadero sujeto del cuadro que nos interpela y nos escudriña. El resto somos mobiliario ante su lucidez.

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Al parecer, el mayor pecado de Victorine no fue posar desnuda. Muchas mujeres de escasos recursos de la época lo hacían. Ni tampoco haber tenido presuntos amoríos con los pintores para quienes trabajó. (La escultora Camille Claudel posó para Rodin y fueron amantes pero eso no la convirtió en meretriz a la vista de la sociedad y la historia  —pero su vida turbulenta provocaría que su familia la internara 30 años en un manicomio.) En el libro Alias Olympia (1993), la historiadora de arte Eunice Lipton investiga la biografía de Victorine, destacando la actividad pictórica de la modelo posterior a su relación con Manet, entre las clases de canto que impartía, los trabajos ocasionales, la vida nocturna y los amoríos de una larga vida que terminó a los 83 años, y no en plena juventud como se decía. De hecho, algunos de sus cuadros fueron aceptados en el Salón de París, pero a la fecha sólo se conserva uno: Le jour des rameaux en el Museo de Colombes, en el que una niña sostiene una palma bendita en una mano; sus cabellos desordenados y el gesto de inocencia reconcentrada evocan la influencia de Courbet. Un verdadero atisbo a sus habilidades creativas.

220px-Le_jour_des_rameauxVictorine Meurent, Le jour des rameaux

¿Hubiera sido diferente su historia de haber sostenido su pasión por la pintura como un proyecto más autónomo y contar con las condiciones necesarias para imponerse en un medio tan rabiosamente patriarcal? Unos han insistido en un enfoque de género para rescatar su figura del olvido; otros buscan explotar el aspecto borrascoso de sus amores —por ejemplo, el filme Las mujeres de Manet—. Pero Victorine Meurent, alias Olympia, sigue siendo en gran medida un misterio que se resiste y… en el cuadro de Manet nos confronta a la luz de nuestros deseos más en sombra.


El ocio y la minificción

Y precisamente, una suerte de miniatura gigante es como podría considerarse a una buena minificción. Una historia de unas cuantas palabras o escasas líneas capaz de abrir universos de imaginación sugestiva. Aunque hoy en día se ha puesto de moda por la velocidad de nuestras vidas virtuales, alentada por las ocurrencias chispeantes de usuarios de Twitter que se ejercitan en mensajes no mayores a 140 caracteres…

Columna *A la sombra de los deseos en flor*, revista Domingo de El Universal

http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/El+ocio+y+la+minificci%C3%B3n-857

El ocio y la minificción

Ana Clavel

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“Soñé con un lugar maravilloso donde la gente dormía toda su vida y sólo se despertaba para ir a su propio entierro. ¿Qué te parece?”, me contó mi hijo perezoso por las vacaciones escolares. Le respondí: “Eso es una minificción”. Tal vez él esperaba que lo reprendiera por levantarse tarde, pero yo comencé a fraguar unos apuntes para una miniteoría del microrrelato y le dije que lo haría coautor. Lo miré alejarse muy orondo a sus actividades, mientras me regocijaba de no haber caído en la trampa de los usos perversos de la virtud.

Estoy segura que un dicho como «el perezoso y el cojo andan dos veces el camino» fue creado por alguien que odiaba a los que se detenían a la vera para contemplar el misterio de una flor en sombra, en vez de irse directo a la fábrica a producir ramos artificiales… O alguien que no sabe de la «morosidad» necesaria para urdir una novela, una teoría científica, un cuadro, una balada o, incluso, una minificción. De hecho, los perezosos suelen ser muy creativos. Como sabía Sir Winston Churchill, gracias a ellos tenemos los mejores inventos de la vida diaria.

El temperamento de los ociosos va de la mano con remojar una magdalena en una taza de té y desencadenar todo un universo en siete tomos de memoria fulgurante como lo hizo el autor de En busca del tiempo perdido. Se sabe que Marcel Proust era un perezoso que dormía mucho y escribía por las noches acostado en su cama. Aquejado desde niño de asma, sus padres se acostumbraron a disculparlo diciendo que era un «pobre muchacho». Un pobre chico que después sería un hombre ocioso e inútil, incapaz de trabajar en algo productivo pero sí de escribir acostado setenta horas seguidas —innumerables tazas de café de por medio— para forjar un fresco de historia y sociedad parisina, cuyo tema principal sería la memoria y el tiempo. No en balde, debido a su capacidad minuciosa para recrear paisajes, personajes, situaciones y pasiones mundanas, Jean Cocteau definiría la obra proustiana como una «miniatura gigante».

Y precisamente, una suerte de miniatura gigante es como podría considerarse a una buena minificción. Una historia de unas cuantas palabras o escasas líneas capaz de abrir universos de imaginación sugestiva. Aunque hoy en día se ha puesto de moda por la velocidad de nuestras vidas virtuales, alentada por las ocurrencias chispeantes de usuarios de Twitter que se ejercitan en mensajes no mayores a 140 caracteres, la minificción es vista por muchos otros con desconfianza o abierta mala fe.

Alberto Chimal, talentoso escritor que practica el microrrelato con maestría, escribió hace poco una defensa juguetona titulada Tolstoi descubre las cualidades de la minificción. Con una existencia de 82 años, Tolstoi llegó a ser contemporáneo de Proust. Para el escritor Graham Greene si Proust fue el más grande novelista del siglo XX, Tolstoi lo fue del XIX. Afamado autor de las voluminosas Guerra y paz y Ana Karenina, no conoció la minificción, pero sí el ocio creador. Su espíritu atormentado por la idea del sacrificio lo llevó a hacer de su existencia una larga inmolación por el arte, el bien común, la religión. Así pues el texto sobre Tolstoi y la minificción es una ironía hipotética: lo que el autor ruso pudo haber ponderado de ese género de haberlo conocido.

Y es que el microrrelato es difícil precisamente por su brevedad, y aunque abundan muchas minificciones, pocas son realmente «miniaturas gigantes». Como todo arte verdadero, ninguna pereza le es suficiente.

Por eso, siguiendo el juego de Chimal, podríamos imaginar el siguiente minitexto: «Le preguntaron a Tolstoi por qué no escribía microrrelatos. Respondió con desaliento: ‘Llevo toda la vida intentándolo’».

 

 


Los artistas y los apoyos

Apoyar a los creadores no es una limosna, ni una dádiva, máxime en un país en el que la economía cultural difícilmente puede ofrecer una vida digna a sus artistas —mientras que los creadores forjan ese patrimonio intangible e invaluable de la cultura propia y universal—.

Columna: A la sombra de los deseos en flor

Revista Domingo de El Universal, 28 de julio de 2013

http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/Los%20artistas%20y%20los%20apoyos-1715

Los artistas y los apoyos

Ana Clavel

Kakfa

El bovariano Gustave Flaubert sentenció alguna vez: «El arte es un lujo; requiere manos blancas y tranquilas». Lo decía por experiencia propia: el gran autor de Madame Bovary y La educación sentimental pudo consagrar su existencia al arte gracias a un patrimonio familiar solvente. Hacia la última etapa de su vida, cuando sus rentas se vieron afectadas por la guerra franco-prusiana, padeció enfermedades nerviosas y envejeció prematuramente. Por fortuna para nosotros, ya había escrito entonces varias obras maestras.

Un caso muy diferente fue el que le tocó vivir al autor del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, por quien el castellano tiene apellido en la afamada expresión: la lengua de Cervantes. Fue la suya una vida accidentada que lo llevó de soldado herido en la batalla de Lepanto a prisionero en Argel pues su familia no podía pagar el rescate que exigían sus secuestradores. Liberado al fin después de cinco años de cautiverio, lleno de deudas, fue espía en Orán, recaudador de impuestos en Sevilla, acusado de malversación de cuentas, y siempre solícito de mecenazgos como el del Conde de Lemos, a quien dedicó la segunda parte del Quijote. De vidas ejemplares como la suya se nutren altos ideales y también la percepción de desdicha y sacrificio que deben padecer los artistas si aspiran a crear obras fuera de serie. Se insinúa así que en la relación de «a mayor esfuerzo mayor perfección», estriba el boleto a la posteridad. Una imagen que una visión romantizada contribuyó a reforzar con la figura de artistas excepcionales, que sucumbían a la enfermedad, la pobreza, la indiferencia como en los casos de Mozart, Chopin, Van Gogh y un largo etcétera. Pero en realidad esa óptica trasluce una conmiseración burguesa e hipócrita en la que se oculta un desprecio por la creación artística porque no es «productiva» en un sentido sonante e inmediato.

Sin embargo, todo creador comprometido con su oficio sabe que «la verdadera vida literaria sucede en el silencio de las páginas», como señala Gabriel Zaid. Un silencio que el mismísimo Kafka buscaba entre sus horarios absorbentes como representante de la Aseguradora General, una voraz compañía italiana de seguros para la que trabajaba y que no le dejaba tiempo para escribir. Un silencio que también buscó Rulfo como agente viajero de la llantera Goodrich-Euzkadi para la que trabajó durante los años de 1946 a 1952. No en balde, el autor de la novela universal Pedro Páramo (publicada en 1955), solicitó dos becas consecutivas, otorgadas en 1952 y 1953, por el entonces recién creado y hoy extinto Centro Mexicano de Escritores.

Apoyar a los creadores no es una limosna, ni una dádiva, máxime en un país en el que la economía cultural difícilmente puede ofrecer una vida digna a sus artistas –mientras que los creadores forjan ese patrimonio intangible e invaluable de la cultura propia y universal. Bien es cierto que desde 1988 existe en México un Sistema Nacional de Creadores que ha sobrevivido a los cambios de administración, pero debería fortalecerse con una verdadera voluntad de compromiso y respeto, mejorar y transparentar sus funciones, sus alcances, sus reglas de operación, la designación de sus comités, la selección de sus miembros.

Cervantes, Kafka y tantos grandes creadores, ¿habrían desdeñado la posibilidad de un apoyo para dedicarse con «manos blancas y tranquilas» a su arte? Se me dirá que cometo un sacrilegio al comparar a los creadores actuales con esos colosos. No comparo, los menciono como ejemplos señeros, como el del patriarca de nuestras letras, Juan Rulfo, quien demostró con los hechos que la ética del artista no está peleada con poder ejercer con dignidad el trabajo propio.