Rebanadas

 

Columna «A la sombra de los deseos en flor», revista Domingo de El Universal, 17 de noviembre de 2013. http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/Rebanadas-1957

Rebanadas

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Ana Clavel


La palabra «rebanada» suele tener tintes celebratorios. Ahí está la rebanada de pastel apetitosa en los cumpleaños y complacencias a la hora del postre, o la jugosa rebanada de sandía o piña que chorrean las nupcias del sol y del trópico. Sin embargo, su etimología tiene que ver con el latín rapinare: quitar, de donde vienen también rapiña y robo. Guarda cercanía semántica con «fracción» y «corte» que igualmente ofrecen un fragmento de un todo. En todas ellas, se sugiere una acción tajante y decidida, apenas matizada cuando en nuestro mexicano amable y coloquial pedimos apenas una rebanadita de algo… una probadita.

Rebanads

Precisamente, una delicia del género cuentístico es el libro Rebanadas de Naief Yehya, publicado recientemente por Conaculta. Tajos de una realidad global que lo mismo nos muestran jirones de Nueva York, que la ciudad de México o Estambul, los trece relatos que integran el volumen son un alarde del arte de narrar. De la banalidad de nuestras sociedades hiperconsumistas de deseos ilimitados hasta la carnicería irracional de la guerra en Medio Oriente o Bosnia, pasando por la industria del porno y el fugaz fulgor de sus mentidas estrellas. Se trata de un festín de las pasiones capitales donde el cuerpo intelectual o físico es disectado, escudriñado, degustado, incluso, rebanado.

Con sentido del humor, descargas justas para una sobredosis de ironía o sarcasmo, cómo no soltar la risotada cuando, por ejemplo, un frustrado escritor latino en Estados Unidos, desengañado del mundillo literario pero acostumbrado a su corte de caravanas y servidumbres, se topa con su némesis en la figura de un novelista en ciernes, que de buenas a primeras consigue sin mayor esfuerzo todo lo que él hubiera soñado en el mercado editorial en el cuento «El continente de los elogios».

Pero la risa, ya se sabe, puede conllevar una carga de crítica devastadora. Así, en el relato «Palabras» conocemos las vicisitudes de una ex-actriz porno que no puede hablar de sexo pero sí practicarlo frente a las cámaras. Una joya que hace honor al título de Rebanadas es el cuento «Atardeceres en Garamakán»: narrativamente dos certeros tajos para confrontarnos, por una parte, con un futuro no tan lejano en el que la supervivencia salvaje reivindica rituales caníbales y, por la otra, un presente con lecciones de antropofagia gourmet entre dos amantes que han convenido en devorar partes suculentas del cuerpo del otro. Así, entre la fiereza tribal y la exquisitez decadente, se condensa la historia de nuestra barbarie universal.

Otra rebanada es la que se nos presenta en el relato «Aparición». Fuerzas especiales de una compañía de seguridad privada ven interrumpidos sus afanes de disfrutar un partido de la copa de futbol para poner orden en una fiesta sadomasoquista donde están implicados importantes ministros. Aunque han visto de todo, no les resultará fácil deshacerse del cuerpo de una joven mujer, a la que su mala suerte colocó en posición de ser perversamente crucificada. Una verdadera aparición que despertará la llama de compasión que, aún en los más indiferentes, chisporrotea a veces.

La carcajada batiente, una sonrisa agridulce o el franco estupor puede provocarnos lo mismo el joven universitario que se practica una orquiectomía para amputarse así el deseo sexual, el hombre europeo que percibe su propia muerte sólo para descubrir que el más allá no es sino una ciudad vacía con enormes patios desolados, o el musulmán que contra toda prohibición conserva a su perro rottwiler y lamenta la próxima muerte de una mujer desconocida. Tajos, jirones, rebanadas de una humanidad en franco retorno a sus deseos más oscuros, sólo iluminada por el humor y la lucidez de una escritura poderosa.


Un arte de la sombra de Ana Clavel

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Así se titula el Material de Lectura #126, publicado recientemente por la Dirección de Literatura de la UNAM, con selección de la autora y nota introductoria del maestro Hernán Lara Zavala. La selección reúne textos, cuentos y fragmentos de novela que delinean la peculiar poética de los deseos de la autora como un arte de […]

Los labios y el paraíso

Columna: A la sombra de los deseos en flor, revista Domingo de El Universal, 22 de septiembre de 2013: http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/Los+labios+y+el+para%C3%ADso-1816

 

 

Los labios y el paraíso

Ana Clavel

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«El labio de arriba el cielo / y la tierra el otro labio», escribió el poeta español Miguel Hernández para enmarcar los vastos horizontes de una boca amorosa. De todas las funciones de la boca, sólo besar es quizá la que más caracteriza al ser humano porque si bien los periquitos australianos, otras aves y algunos mamíferos se prodigan picoretes, ninguna otra especie lo hace con tal delectación y entusiasmo. Vaya que, si de labios acolchonados y mullidos se trata, ideales para esa labor, hay seductoras bocas que hacen ensoñar la imaginación. Y no hablo de los récords de besos como en el caso de la pareja tailandesa que en 2012 abatió todos los registros con 50 horas de duración, o el de los artistas Marina Abramović y Ulay en el performance Death self (1977), en el que unían sus labios e inspiraban el aire expelido por el otro, sin respirar por la nariz, hasta caer inconscientes 17 minutos después. De ser un acto ritual, social y hasta contestatario, besar se ha vuelto además de una afición y un placer, un arte. Le he escuchado decir a varias mujeres: «No será muy guapo pero besa como los dioses». Es que el contacto labial involucra una acción nerviosa y química relacionada con la estimulación erógena.

El beso

En sus orígenes evolutivos el beso se asocia a una modalidad de alimentación en varios primates en que la madre masticaba el alimento para depositarlo luego en la boca de la cría. Un primer registro literario data del siglo III a.C., donde se menciona su práctica como un gesto amoroso entre los héroes del Mahabharata. Entre los primeros cristianos se acostumbraba el conspiratio: compartir el aliento a través de un beso en la boca, una co-respiración que crea un sentido de entrega y comunidad. Este carácter se fue haciendo tan intrínseco al acto de besar que, por ejemplo, en el «homenatge» a un rey o señor feudal, los caballeros ofrendaban su fidelidad a través de un ósculo, y en las ceremonias de aquelarre de la Edad Media las brujas rendían sumisión al diablo mediante el osculum infame, que consistía en besar la otra boca del maligno: su ano. También es costumbre besar las reliquias como signo de reverencia (la Piedra Negra entre los musulmanes), o para atraer la buena suerte (la piedra de Blarney, también llamada la roca de la elocuencia, en Irlanda).

Heredero del neoplatonismo y del amor cortés, el beso también fue considerado un instrumento de exaltación del alma hacia el empíreo. De hecho, un beso puede implicar todo el paraíso y el éxtasis sin necesidad de otro tipo de intercambio, como cuando Julieta reconoce una vez que Romeo la ha besado: «En mis labios queda la huella de su pecado…» No es gratuito su simbolismo en los cuentos de hadas en los que un beso es capaz de vencer las fuerzas oscuras de la muerte y el caos para abrir paso a la luz y a una vida verdadera, como en los casos de La bella durmiente y Blanca Nieves.

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¿Hubiera sido diferente el mundo si Jesús nos hubiera conminado con un específico «Besaos los unos a los otros»? Probablemente no pero algo de magia y misterio debe de haber en el beso cuando un poeta como Octavio Paz reconoce: «el mundo nace cuando dos se besan». Por si fuera poco, el beso comparte su placer a quienes lo atestiguan: lo mismo en un andén del metro que en la famosa fotografía de Robert Doisneau, titulada El beso (1950), donde una pareja parisina se besa ajena al mundo, en medio de la multitud pero a solas con su intimidad y sus deseos. Es que los besos son contagiosos y como bien sabe Joaquín Sabina, su único mal «es que crean adicción». Aún más cuando están poblados de sugerencias como en este grafiti de un poeta callejero o una amante imaginativa que escribió en una barda: «Bésame sin labios».

 

 


La llamaban La Tequilera

Alma Velasco plasma un mosaico vívido para enmarcar la figura de esta mujer de deseos en sombra y en flor. Atormentada, sí, pero también gozosa, rebelde, guerrera, Lucha Reyes deja el papel de víctima del destino para convertirse en un ser bravío como su voz de caladuras destempladas y vigorosas.

Columna: A la sombra de los deseos en flor

Revista Domingo de El Universal, 25 de agosto de 2013

http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/La+llamaban+%E2%80%9CLa+Tequilera%E2%80%9D-1750

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La llamaban La Tequilera

Ana Clavel

En La tentación de la inocencia, Pascal Bruckner nos habla de la inocencia como de una enfermedad de la sociedad contemporánea que consiste en «ese intento de gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes». Una de sus vertientes, la victimización, es una patología que busca compensar el terrible miedo a ser libres, asumir los retos y compromisos que la libertad implica. Es un mal común hacerse la víctima, pero también volver víctimas a quienes idealizamos. Quién sabe qué atractivo especial tiene cifrar ese proceso en la vida de los artistas que admiramos, cuya sensibilidad pareciera volverlos particularmente vulnerables.

Es el caso de varios iconos femeninos de la música popular que, además, se prestan a una victimización doble: por el carácter al parecer trágico de sus existencias y por el hecho de ser mujeres. Ahí están las grandiosas Billie Holliday (1915-1959), Edith Piaf (1915-1963) y por supuesto, la emperatriz de la música bravía mexicana: Lucha Reyes (1906-1944). Infancias cruentas, juventudes sacrificadas por consolidar una vocación, vidas turbulentas en las que el alcohol y/o las drogas, agudizaron crisis amorosas y existenciales. El precio fue alto pero ahí está el fulgor de estrellas que las acompaña…

Un abordaje para nada victimizador es el que nos ofrece Alma Velasco en la novela Me llaman La Tequilera, publicada por Suma de Letras, sobre la legendaria cantante que innovó la canción ranchera. Resultado de una documentación minuciosa, de un sutil entramado narrativo, la autora recrea la vida de María de la Luz Flores Aceves, mejor conocida como Lucha Reyes. Adentrándose en los laberintos de su psique a partir del momento en que, tras varias botellas de tequila y 25 nembutales, la Reyes transitó los entretelones del suicidio, la autora consigue la complejidad de una voz de desgarraduras, risotadas, quebrantos, luminosidades: «Quesque inventé la canción bravía… no estoy tan segura si la inventé o si no más me salió así por desesperación… para eso tuve que andar dando tumbos como trompo mocho, ¡y desde mirruñita! Qué pensamiento más idiota, sí, pero si así me crió mi madrecita santa, ¡vieja bruja! Y sin embargo, la quise… Doña Victoria y yo: ¡qué parcito! O debí decir que entre bueyes no hay cornadas… pos si ni pa qué negarlo, a las dos nos brillaban los ojos por los amores, y luego, ni modo de tapar el sol con un dedo, también por el traguito… Aunque se te haga la vida jabonosa, qué rico era emborracharse». No en balde, en el apogeo de su carrera, el compositor Alfredo D’Orsay le dedica una de las canciones que más la caracterizarían: «La Tequilera». La Reyes, toda una reina con sentido del humor para burlarse del mundo y de sí misma, la cantaba con dignidad: «Me llaman La Tequilera como si fuera de pila/ porque a mí me bautizaron con un trago de tequila». Un humor contagioso que la autora del libro consigue mostrar entre frases populares que dan idea de la vitalidad del personaje, como esta joya que describe el encuentro con uno de los hombres de su vida: «Topóse con encontróse… como dicen los ocurrentes del Bajío cuando una se topa con uno que la anda buscando desde antes de conocerla».

Con panorámicas de un México de la primera mitad del siglo XX y citas del cancionero popular, Alma Velasco plasma un mosaico vívido para enmarcar la figura de esta mujer de deseos en sombra y en flor. Atormentada, sí, pero también gozosa, rebelde, guerrera, Lucha Reyes deja el papel de víctima del destino para convertirse en un ser bravío como su voz de caladuras destempladas y vigorosas. Una mujer auténtica que bien hubiera podido decir con André Gide: «Saber liberarse no es nada; lo arduo es saber ser libre».

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Día domingo en El Universal

Al parecer, domingo y sábado son los únicos días que nos atrevemos a conjugar a despecho de la norma académica, como si quisiéramos saborear y prolongar su gusto en la boca. Será porque son días gozosos, mientras el resto no logra conjuntar más que rutina y labor. Tal vez por eso el fin de semana busca extenderse en la juguetona y holgada expresión “tomarse un San Lunes”.

Columna quincenal: A la sombra de los deseos en flor

Revista Domingo de El Universal, 20 de enero de 2013.

http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/D%C3%ADa+domingo-1193

 

Día domingo

Ana Clavel

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Los perros ladran, las vacas mugen, los gansos graznan, los patos parpan, los elefantes barritan. Cada cosa un nombre. En el habla popular usamos “dominguear” para aludir a los placeres del santo día de descanso y recreación. Sólo el sábado tiene un verbo propio (“sabadear”) con una connotación semejante de disfrute. Al parecer, domingo y sábado son los únicos días que nos atrevemos a conjugar a despecho de la norma académica, como si quisiéramos saborear y prolongar su gusto en la boca. Será porque son días gozosos, mientras el resto no logra conjuntar más que rutina y labor. Tal vez por eso el fin de semana busca extenderse en la juguetona y holgada expresión “tomarse un San Lunes”.

Según el Génesis, Dios reposó el día séptimo de toda su creación y lo bendijo. Para la tradición cristiana, es el día de la resurrección, el Dominicus dies, día del Señor. De ahí que goce de privilegios, dominio y autoridad. Tan es así que cuando algunas palabras salen de paseo, por provenir de un saber culto o libresco, decimos de ellas que son “palabras domingueras”, dichas para impresionar como las mejores prendas que usábamos los domingos para ir a la iglesia o a la comida familiar. Para los niños que fuimos es evocación de fiesta y carrusel, de globos y nubes de algodón rosado. No ha de ser fortuito que al término del mismo sobrevenga una melancolía “del día de ayer” o de las cosas perdidas. En nuestras ciudades meridionales, hay pocas cosas más tristes que un domingo lluvioso y sin sol. Puede haber otros días grises y deslucidos, pero un domingo nublado es capaz de deprimir a cualquiera. Disociar al domingo de la luminosidad es tanto como provocar una catástrofe íntima.

La brillantez del domingo nos recuerda que las bicicletas no sólo son para el verano. Es el día de los paseos y de los placeres dilatados. Por su ritmo sosegado, desde otros tiempos se le destinaba para visitar la Alameda, Xochimilco, Chapultepec. El pintor Diego Rivera plasmó su esencia de día solar en el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda central (1948), crisol en el que pasado y presente históricos se dan la mano con la historia propia: entre globos festivos, próceres, traidores, suripantas, obreros, peladillos, gente de alcurnia, el niño Diego pasea en traje de domingo, de la mano de una elegante y huesuda Catrina, mientras de sus bolsillos asoman una rana y una culebra como singulares juguetes vivos.

Del domingo es conocida su generosidad proverbial, la ocasión para compartir y dar las gracias periódicamente, el cierre de un ciclo breve. A manera de mesada o premio, qué alegría la ilusión tintineante de unas monedas en las manos de un muchacho que acaba de recibir su domingo. La prodigalidad suele extenderse: muchos museos y espectáculos son gratuitos en domingo. Ese día hasta las criadas y asistentas, como el buen Dios, descansan. Su placidez suele hacernos aspirar a convertir cada jornada en un “domingo de la vida”. Suele ser también día de reconciliación y esperanza. No en balde el poeta Jaime Sabines pidió: “¡Danos, Señor, la fe en el domingo, la confianza en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar con alegría los días que vienen!”

Sonreír en domingo: señal de que la vida puede ser una bendición. Sol manso de los tiempos de la voluntad que persiste, chisporrotea y vuelve a arder; fruta que se desgaja por las comisuras de unos labios que se curvan en una promesa: la vida que sigue o recomienza. Domingo, himno que se levanta entre ruinas. ¿Será por eso que su huella sonora es cadencia de melodía semanal, dulce de música que se paladea en tonos juguetones y cantarinos: Do-min-go?