La llamaban La Tequilera

Alma Velasco plasma un mosaico vívido para enmarcar la figura de esta mujer de deseos en sombra y en flor. Atormentada, sí, pero también gozosa, rebelde, guerrera, Lucha Reyes deja el papel de víctima del destino para convertirse en un ser bravío como su voz de caladuras destempladas y vigorosas.

Columna: A la sombra de los deseos en flor

Revista Domingo de El Universal, 25 de agosto de 2013

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La llamaban La Tequilera

Ana Clavel

En La tentación de la inocencia, Pascal Bruckner nos habla de la inocencia como de una enfermedad de la sociedad contemporánea que consiste en «ese intento de gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes». Una de sus vertientes, la victimización, es una patología que busca compensar el terrible miedo a ser libres, asumir los retos y compromisos que la libertad implica. Es un mal común hacerse la víctima, pero también volver víctimas a quienes idealizamos. Quién sabe qué atractivo especial tiene cifrar ese proceso en la vida de los artistas que admiramos, cuya sensibilidad pareciera volverlos particularmente vulnerables.

Es el caso de varios iconos femeninos de la música popular que, además, se prestan a una victimización doble: por el carácter al parecer trágico de sus existencias y por el hecho de ser mujeres. Ahí están las grandiosas Billie Holliday (1915-1959), Edith Piaf (1915-1963) y por supuesto, la emperatriz de la música bravía mexicana: Lucha Reyes (1906-1944). Infancias cruentas, juventudes sacrificadas por consolidar una vocación, vidas turbulentas en las que el alcohol y/o las drogas, agudizaron crisis amorosas y existenciales. El precio fue alto pero ahí está el fulgor de estrellas que las acompaña…

Un abordaje para nada victimizador es el que nos ofrece Alma Velasco en la novela Me llaman La Tequilera, publicada por Suma de Letras, sobre la legendaria cantante que innovó la canción ranchera. Resultado de una documentación minuciosa, de un sutil entramado narrativo, la autora recrea la vida de María de la Luz Flores Aceves, mejor conocida como Lucha Reyes. Adentrándose en los laberintos de su psique a partir del momento en que, tras varias botellas de tequila y 25 nembutales, la Reyes transitó los entretelones del suicidio, la autora consigue la complejidad de una voz de desgarraduras, risotadas, quebrantos, luminosidades: «Quesque inventé la canción bravía… no estoy tan segura si la inventé o si no más me salió así por desesperación… para eso tuve que andar dando tumbos como trompo mocho, ¡y desde mirruñita! Qué pensamiento más idiota, sí, pero si así me crió mi madrecita santa, ¡vieja bruja! Y sin embargo, la quise… Doña Victoria y yo: ¡qué parcito! O debí decir que entre bueyes no hay cornadas… pos si ni pa qué negarlo, a las dos nos brillaban los ojos por los amores, y luego, ni modo de tapar el sol con un dedo, también por el traguito… Aunque se te haga la vida jabonosa, qué rico era emborracharse». No en balde, en el apogeo de su carrera, el compositor Alfredo D’Orsay le dedica una de las canciones que más la caracterizarían: «La Tequilera». La Reyes, toda una reina con sentido del humor para burlarse del mundo y de sí misma, la cantaba con dignidad: «Me llaman La Tequilera como si fuera de pila/ porque a mí me bautizaron con un trago de tequila». Un humor contagioso que la autora del libro consigue mostrar entre frases populares que dan idea de la vitalidad del personaje, como esta joya que describe el encuentro con uno de los hombres de su vida: «Topóse con encontróse… como dicen los ocurrentes del Bajío cuando una se topa con uno que la anda buscando desde antes de conocerla».

Con panorámicas de un México de la primera mitad del siglo XX y citas del cancionero popular, Alma Velasco plasma un mosaico vívido para enmarcar la figura de esta mujer de deseos en sombra y en flor. Atormentada, sí, pero también gozosa, rebelde, guerrera, Lucha Reyes deja el papel de víctima del destino para convertirse en un ser bravío como su voz de caladuras destempladas y vigorosas. Una mujer auténtica que bien hubiera podido decir con André Gide: «Saber liberarse no es nada; lo arduo es saber ser libre».

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