Columna *A la sombra de los deseos en flor*, revista Domingo de El Universal, 23 de marzo de 2014. http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/Las+mil+y+una+noches+er%C3%B3ticas-2284
Las mil y una noches eróticas
Ana Clavel
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Gracias a «aquel sueño del Islam que abarcó mil noches y una noche», hemos visitado desde niños un mundo fantástico plagado de alfombras mágicas, genios, lámparas y tesoros maravillosos. Libro que recuerda las aventuras de la imaginación, libro de la tradición del legendario Oriente, libro que evoca el infinito… En el hermoso ensayo que le dedica a esta obra, Jorge Luis Borges nos habla de la belleza de su título: «Decir mil noches es decir infinitas noches, las innumerables noches. Decir ‘mil y una noches’ es agregar una noche al infinito».
Recopilación de cuentos que data del siglo IX, tardará otros cinco siglos en incorporar la presencia de la encantadora de historias, la seductora Scherezada. Al contar una historia en el interior de otra, como si de cajas chinas o muñecas rusas se tratara, a fin de retrasar la sentencia de muerte que pende sobre su cabeza, la sagaz narradora contribuye a crear asimismo la sensación de inmensidad creciente del relato. Ignoramos en qué momento el título vino a coronar el esfuerzo de tantos confabulatores nocturni, anónimos e ingeniosos, que contaban sus historias ante el fuego o al oído de insomnes poderosos que no podían conciliar el sueño. Pero lo cierto es que, procedentes de India, Persia, Asia Menor, se compilan en Egipto, y para entonces ostentan todo el oro de la palabra Oriente: es ya el Libro de las mil y una noches. Como tal es encontrado por el orientalista francés Antoine Galland, que lo traduce del árabe y publica en 1704, no sin antes fabular un relato que al parecer no se encontraba en las versiones originales: la historia de Aladino y la lámpara maravillosa. A la traducción de Galland, siguieron, entre las más memorables, la del capitán Burton y la del sevillano Cansinos Asséns. La obra también ha dado origen a numerosas versiones como la sinfonía de Rimsky-Korsakof, la película de Pasolini, o en nuestros días, el videojuego Nadirim.
Pero, salvo Pasolini que ofrece en Il Fiore delle Mille e una Notte de 1974 un mosaico de aventuras licenciosas, muy pocos hablan de la «temperatura pasional» de la obra. Porque la edición íntegra bien podría llamarse «Las mil y una noches eróticas», narradas por una Scherezada que no sólo entretenía con palabras al sultán, sino que tras cada relato, se entregaba de cuerpo entero a su real y homicida amante. Las descripciones de los actos amorosos de la propia Scherezada y el sultán, así como de los cuantiosos personajes que bendecían a Alá con la ceremonia de la carne deleitable, son tan vívidas y detalladas que entonces uno reconoce por qué los divulgadores y moralistas de la obra clásica han expurgado la mayoría de las historias para brindar a niños y jóvenes una versión inofensiva.
De hecho, la variedad de usos y costumbres eróticas que abarcan diversas modalidades de sexualidad y parafilias colindantes, convierte a Las mil y una noches en un catálogo gozoso, lúdico, donde la transgresión es vista como una faceta más del comportamiento humano. Entre mis preferidas, está la historia de la princesa Budur, «la luna más bella entre todas las lunas», relato de travestismo y safismo de una hermosa mujer que ha de disfrazarse de hombre para buscar en tierras ígnotas a su amado. Es tal su gallardía y donaire viril, que en esas tierras lejanas la obligan a casarse con la hija del sultán. Y en la noche de bodas, la bella Budur, desprendida de ropajes, consuma con la doncella una divertida y extasiante historia de lesbianismo exenta de toda censura.
Leer la edición completa de las mil y una historias orientales es como recostarse a la sombra de un árbol de los deseos en flor. Y probar los frutos de esa sabiduría que empieza por el cuerpo.