Columna *A la sombra de los deseos en flor*, revista Domingo de El Universal, 22 de marzo de 2015
Fotografías polémicas
Ana Clavel
El año 1975 fue el inicio de un escándalo sin precedentes en la vida del fotógrafo norteamericano Garry Gross y de la historia de la fotografía de menores. El motivo: la serie fotográfica que tenía por modelo a la pequeña Brooke Shields, entonces de 10 años, para el libro Sugar and Spice del sello Playboy. En las fotografías, la también protagonista del filme de Louis Malle: Pretty Baby (1978), aparecía desnuda, untada con aceite, frontalmente tentadora. Los desnudos contaron en un principio con la anuencia de Terry Shields, madre de la modelo, por un módico pago de 450 dólares. Pero poco tiempo después, ante la oleada de controversia y censura suscitadas, madre e hija terminaron por demandar al fotógrafo.
En 1981, una joven Shields de 16 años pidió a la Corte Suprema de Manhattan, Nueva York, que prohibiese la reimpresión de las imágenes, aduciendo: “Estas fotos no me representan como soy hoy en día”. La actriz consideraba que la serie de Gross perjudicaba y provocaba un daño irreparable a su carrera. Finalmente, la resolución judicial falló a favor del fotógrafo: por un lado, el juez Pierre Leval dictaminó que las imágenes en cuestión no eran muy diferentes a los papeles que interpretaba habitualmente la joven, y por otro, el juez Greenfield adujo que sólo una mente perversa podría entender que aquello era pornografía.
Sin embargo, los tiempos recientes no han hecho sino poner en evidencia las filtraciones de lo moralmente correcto, concebido desde una perspectiva neopuritana que permea la actitud política de instituciones, mass media y redes sociales, en un terreno que en principio no debería ser invadido por tales prejuicios: el arte. Más de tres décadas después, la serie de Gross vio resurgir el cuestionamiento y la polémica: en 2009, la Tate Modern Gallery de Londres censuró las imágenes de Richard Prince, basadas en las fotos de Gross, eliminándolas de su exposición Spiritual America. El mismo Scotland Yard tomó cartas en el asunto para que la exposición no fuera abierta al público hasta que no se retiraran las polémicas fotografías que “atentaban contra las leyes de decoro británicas”.
Apenas un año antes, en la exposición temática Controversias. Una historia ética y jurídica de la fotografía, la escandalosa imagen de Shields fue motivo de otra polémica. Y la sede que albergaba la muestra, el Museo Fotográfico del Elíseo de Lausana, Suiza, tuvo que alinearse y prohibir la entrada a menores de 16 años. A la inauguración asistió Gross, quien con ironía y tristeza reconocería: “Sencillamente, son fotos que hoy no podrían hacerse”.
Desde los años 70, David Hamilton, Graham Owden y Jock Sturges, entre los más afamados, habían fotografiado niñas y adolescentes desnudas en series emblemáticas como The Age of Innocence, States of Grace y Radiant Identities, y en mayor o menor medida terminaron por ser censurados, no obstante el nivel de calidad de sus propuestas y la belleza de las mismas. Territorio difícil por la perturbación provocada es también el trabajo de las fotógrafas Sally Mann e Irina Ionesco, quienes en los años 80 y 90 retrataron a sus propios hijos en fotografías que revelan una sensualidad de la infancia que mucho tiene de paradisiaca y a la vez profundamente carnal.
En estos casos, la censura pasa por calificar los trabajos de “pornográficos”, de criminalizarlos por sus tintes “pederásticos” y atentar contra la sensibilidad de las buenas conciencias. Pero se olvida de que el arte es uno de los pocos espacios contemporáneos de ritualización y sublimación del deseo. Un espejo negro donde depurar la mirada para enfrentarnos a nuestras grandezas y debilidades, y exorcizarnos de cuerpo entero.