Tantas veces me ha bastado asomarme a su obra. Cuando, no lectora-hembra, sino cómplice y noemante, me escucho decirle: Toco tu libro, con un dedo toco el borde de tu libro, voy dibujándolo como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu libro se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez el libro que deseo…
Columna A la sombra de los deseos en flor, revista Domingo de El Universal, 30 de junio de 2013:
http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/%C2%BFEncontrar%C3%ADa+a+Julio%3F-1606
¿Encontraría a Julio?
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Ana Clavel
¿Encontraría a Julio? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Rayuela, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el Sena me dejaba distinguir las formas, ya su silueta grandiosa centelleaba en el Pont des Arts pero sobre todo en mi deseo. Julio, siempre Julio, doblar una esquina del Marais y esperar encontrar no a la Maga, sino al gigante argentino, por quien los años parecían no pasar, enfant terrible de mirada resplandeciente.
Es que leerlo me volteó como un calcetín, me dijo alguna vez Jaime Sabines respecto al Ulises de Joyce. Sí, el Ulises es un vértigo deslumbrante, pero a mí lo del calcetín me pasó antes con Rayuela, la novela mandala. Y me recuerdo de veinte disponiéndome a encontrar por primera vez a Julio y saltar sobre el dibujo de la rayuela, el «avión» como le decimos en México, ese juego que, dicen los enterados, data del Renacimiento y emula el infierno, purgatorio y paraíso a la manera de la Divina Comedia de Dante. También dispuesta a saltar al tablero de dirección para tomar la lectura tradicional por asalto y hacerme cómplice de Julio para romper la cuadratura de la continuidad, entendiendo muy pronto que el juego iba mucho más allá: una lectura íntima y azarosa que potenciaba la experiencia del lector convertido en autor-artífice de su propia lectura, y entonces sí, como el Libro de arena de Borges, con posibilidades infinitas.
Pero también encontraría a Julio en el discurrir de los temas de su novela, ese tono empecinado por ceñir el amor, la soledad, la angustia, la realidad misma. No se equivocan los que ven en Rayuela la nueva educación sentimental de toda una generación latinoamericana, ávida del pensamiento contemporáneo, del jazz y otras formas musicales más clásicas o más populares, del arte del siglo XX en un caudal de lenguaje amorosamente desatado. Sé de mujeres que soñaron con convertirse en la Maga, de hombres que atravesaron el océano para emular los pasos de Cortázar y que también soñaron con encontrar a su propia Maga.
A cincuenta años de la aparición de la novela, uno se reencuentra con Julio al recordar de memoria capítulos y frases sublimes, verdaderas caricias para la imaginación erótica como el que describe el acto sexual de Oliveira y la Maga en un idioma de fulguraciones preverbales. También cuando, en la relectura, surgen nuevos hallazgos y la sensación del río hipnótico te sumerge en una realidad hechizante, plagada de revelaciones y consignas a flor de piel: «Hay que abrir de par en par las ventanas y tirar todo a la calle, pero sobre todo hay que tirar también la ventana, y nosotros con ella».
En la era de internet, he descubierto nuevas formas de encontrarme con Julio: videos que reproducen su voz vehemente, páginas interactivas que proponen nuevos tableros de direcciones, como el blog Sonidos de Rayuela con toda la música mencionada o sugerida capítulo por capítulo: una delicia plagada de guiños y sorpresas que a Julio le habría encantado.
¿Encontraría a Julio? Tantas veces me ha bastado asomarme a su obra. Cuando, no lectora-hembra, sino cómplice y noemante, me escucho decirle: Toco tu libro, con un dedo toco el borde de tu libro, voy dibujándolo como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu libro se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez el libro que deseo…
Alguna vez Roland Barthes mencionó: «El texto que usted escribe debe probarme que me desea». No sé a otros, pero a mí la novela de Julio me ha dado esa prueba de amor. Leerlo y releerlo me ha sumergido en el oleaje de una escritura deslumbrante o despiadada que me susurra: Te deseo. Eres profundamente amada.