Columna *A la sombra de los deseos en flor*, revista Domingo de El Universal, 21 de junio de 2015.
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La insoportable carnalidad del ombligo
Ana Clavel
Punto de intersección entre el microcosmos humano y el macrocosmos universal, el ombligo encierra en sí mismo mito, magia, religión en torno a un centro sagrado. Una visión ancestral que va desde la oracular Delfos, con su onfalo (del griego: omphalós, ‘ombligo’) en forma de piedra cónica, hasta la no menos mítica Ciudad de México, cuyo nombre significa “en el ombligo de la Luna” (del náhuatl: metztli, ‘luna’, y xictli, ‘ombligo’).
El poeta Píndaro y el historiador Pausanias referían la leyenda de Zeus que había enviado dos águilas en dirección opuesta: el sitio donde se encontraron fue considerado el ombligo o centro ceremonial del mundo. En fecha más reciente, el humanista Gutierre Tibón dedicó estupendos estudios al tema en sus libros Historia del nombre y de la fundación de México (1975) y El ombligo como centro cósmico: Una contribución a la historia de las religiones (1981). En particular su estudio consagrado a El ombligo como centro erótico es el repertorio de una erudición que no se pelea con la amenidad y el sentido del humor:
“¿Qué tienen en común personajes tan separados en el tiempo y el espacio como Raquel Welch, Jane Fonda, la mitológica Onfalia y la Sulamita cantada por el rey Salomón? Pues haber contado con un ombligo soberbio, tanto que el de la Sulamita es descrito así en el Cantar de los cantares: ‘Es tu ombligo como vaso de Luna al que nunca le falta licor’; Onfalia, la reina de Lidia, fue conocida como ‘la del hermoso ombligo’. Y, en lo que toca a la Fonda y a la Welch, sus ombligos estilo ‘grano de café’ han sido tan fotografiados —y comentados— como muchas otras partes de su anatomía”.
Desde el ombligo de la Venus de Xico hasta los de las ninfas de nuestros días, su inquietante hondura, sus delicados pliegues, son un ojo que incita al placer, guiño que sonríe y promete paraísos en la tierra. Si se observa bien, un ombligo es tan sugestivo… Todo un nudo de historias que empiezan por la piel.
En la novela más reciente del escritor checo Milan Kundera, La fiesta de la insignificancia (Tusquets 2014), uno de los ejes conceptuales se urde en torno a la exhibición del ombligo femenino como ejemplo del erotismo indiferenciado de nuestros días. Dice Alain, uno de los personajes centrales, fascinado por las muchachas en flor que lo llevan al aire:
“—En el cuerpo erótico de la mujer, algunos lugares son excelsos: siempre creí que eran tres: los muslos, las nalgas, los pechos. Y luego un día comprendí que hay que añadir un cuarto lugar: el ombligo… Los muslos, los pechos, las nalgas adquieren en cada mujer una forma distinta. Estos tres lugares excelsos no son pues tan sólo excitantes, expresan al mismo tiempo la individualidad de una mujer. No puedes equivocarte acerca de las nalgas de la mujer que amas. ask jeeves . Reconocerías entre cien las nalgas amadas. Pero no puedes identificar a la mujer que amas por su ombligo. Todos los ombligos son iguales.
—Antaño, el amor era la celebración de lo individual, de lo inimitable, la gloria de lo único, de lo que no admite repetición. Pero el ombligo no sólo no se rebela contra la repetición, ¡es una llamada a las repeticiones! De modo que en nuestro milenio viviremos bajo el signo del ombligo. Bajo este signo, seremos todos soldados del sexo, con la mirada fija no sobre la mujer amada, sino sobre el mismo agujerito en medio del vientre que representa el único sentido, la única meta, el único porvenir de todo deseo erótico”.
Y así desteje la “ilusión de la individualidad” en la que nos hallamos inmersos. Deslumbrante disquisición salvo por un punto: no hay dos ombligos iguales. Cualquier amante que se haya tomado el tiempo de observar antes de precipitarse en sus mieles, lo sabe.