El cuerpo expuesto

¿Qué cadena une al filósofo Blaise Pascal, al coloso de las letras francesas Honorato de Balzac, al biólogo Charles Darwin y a la escritora mexicana Rosa Beltrán? Una cadena homínida, puesta al descubierto con todas sus atrocidades y perversiones en la estupenda novela El cuerpo expuesto.

Columna *A la sombra de los deseos en flor*, revista Domingo de El Universal:

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El cuerpo expuesto

Ana Clavel

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Alguna vez el filósofo Blaise Pascal escribió: «¿Qué es el hombre? No es más que una nada respecto al infinito, un todo respecto a la nada, un punto medio entre la nada y el todo, infinitamente alejado de poder comprender los extremos». Los intentos por conocer y definir al género humano han sido consustanciales a nuestra razón de ser, sin embargo, los afanes cientificistas del siglo XIX lo hicieron particularmente proclive a la tarea de registrar los compartimientos de ese sorprendente espécimen siempre en peligro de propagación: el hombre.

En 1842, aquejado por las deudas, el célebre Honoré de Balzac propuso a sus editores una edición completa de sus obras. Inspirado en la labor de biólogos de su época que analizaban las especies animales como su admirado Saint-Hilaire, con cada novela había intentado comprender las «especies sociales» del humano a partir de la historia de sus comportamientos y costumbres. El magno título que llevaría la empresa, la Comedia humana, estaba resueltamente inspirado en el poema de Dante, la Divina comedia. Pero mientras el poeta italiano hablaba de la influencia de la divinidad en el hombre, la obra del escritor francés se ocupaba de asuntos más terrenales: la familia, el poder, las pasiones y vicios humanos, sin más dios que sus propias debilidades.

Pocos años después de la muerte de Balzac, se publicó un libro que le habría fascinado conocer: El origen de las especies (1859), según el cual los seres vivos evolucionan y sobreviven gracias a la adaptación al medio. Esto incluía por supuesto al hombre. Adiós a la idea narcisista de que habíamos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Su autor, Charles Darwin, hubo de pagar el precio de su temeridad: si bien obtuvo el reconocimiento de las mentes más adelantadas de su época, también vivió el escarnio y la desaprobación de la sociedad de su tiempo. Máxime que el pobre hombre, de mirada melancólica, frente prominente y barba copiosa, recordaba a ese antepasado común que nos emparentaba con los chimpancés —cosa que sus caricaturistas y detractores no tardarían en ridiculizar.

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Un retrato íntimo de Darwin es el que nos ofrece el narrador y coleccionista de la estupenda novela de Rosa Beltrán, El cuerpo expuesto (Alfaguara 2013), a quien considera su Padre Verdadero. Como su predecesor, el «último de los darwinistas» también se propone reunir, clasificar, guardar especímenes para integrarlos en un museo virtual de historia homínida natural. Su intención es dar cuenta de esa otra parte de la teoría de Darwin muy poco conocida: que también hay momentos de auténtico «retroceso» en la carrera evolutiva. Para ello expone en un polémico blog ejemplos fehacientes de involución: homínidos exhibicionistas, manipuladores, asesinos, aberraciones como las que cometen las bulímicas y anoréxicas, cuerpos a la intemperie, a solas con sus deseos más sórdidos. Cada ejemplar de esta suerte de Museo del Horror es descrito con inteligencia e ironía mordaces, en un tono de farsa grotesca que provoca lo mismo la risa que la reflexión. «Si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, ¿se imaginan la clase de ficha que es Dios?», argumenta el narrador en su defensa.

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Con El cuerpo expuesto, Rosa Beltrán escribe una delirante y concentrada Comedia Humana contemporánea. Ante las contradicciones y perversidades del comportamiento humano, único entre las especies por su capacidad de destrucción y autodepredación, cómo no recordar el famoso aforismo de Pascal: «el corazón tiene razones que la razón desconoce». Aunque, frente a los territorios devastados, los cuerpos y los instintos cada vez más expuestos, todo parece indicar que es al revés: el corazón humano tiene sinrazones que la razón padece.