El ocio y la minificción

 “Soñé con un lugar maravilloso donde la gente dormía toda su vida y sólo se despertaba para ir a su propio entierro. ¿Qué te parece?”, me contó mi hijo perezoso por las vacaciones escolares. Le respondí: “Eso es una minificción”.

Columna: *A la sombra de los deseos en flor* / Revista «Domingo» de El Universal, 26 de agosto de 2012 http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/El+ocio+y+la+minificci%C3%B3n-857

 alberto 2

El ocio y la minificción

Ana Clavel

“Soñé con un lugar maravilloso donde la gente dormía toda su vida y sólo se despertaba para ir a su propio entierro. ¿Qué te parece?”, me contó mi hijo perezoso por las vacaciones escolares. Le respondí: “Eso es una minificción”. Tal vez él esperaba que lo reprendiera por levantarse tarde, pero yo comencé a fraguar unos apuntes para una miniteoría del microrrelato y le dije que lo haría coautor. Lo miré alejarse muy orondo a sus actividades, mientras me regocijaba de no haber caído en la trampa de los usos perversos de la virtud.

Estoy segura que un dicho como “el perezoso y el cojo andan dos veces el camino” fue creado por alguien que odiaba a los que se detenían a la vera para contemplar el misterio de una flor en sombra, en vez de irse directo a la fábrica a producir ramos artificiales… O alguien que no sabe de la “morosidad” necesaria para urdir una novela, una teoría científica, un cuadro, una balada o, incluso, una minificción. De hecho, los perezosos suelen ser muy creativos. Como sabía Sir Winston Churchill, gracias a ellos tenemos los mejores inventos de la vida diaria.

El temperamento de los ociosos va de la mano con remojar una magdalena en una taza de té y desencadenar todo un universo en siete tomos de memoria fulgurante como lo hizo el autor de En busca del tiempo perdido. Se sabe que Marcel Proust era un perezoso que dormía mucho y escribía por las noches acostado en su cama. Aquejado desde niño de asma, sus padres se acostumbraron a disculparlo diciendo que era un “pobre muchacho”. Un pobre chico que después sería un hombre ocioso e inútil, incapaz de trabajar en algo productivo pero sí de escribir acostado setenta horas seguidas –innumerables tazas de café de por medio– para forjar un fresco de historia y sociedad parisina, cuyo tema principal sería la memoria y el tiempo. No en balde, debido a su capacidad minuciosa para recrear paisajes, personajes, situaciones y pasiones mundanas, Jean Cocteau definiría la obra proustiana como una “miniatura gigante”.

Y precisamente, una suerte de miniatura gigante es como podría considerarse a una buena minificción. Una historia de unas cuantas palabras o escasas líneas capaz de abrir universos de imaginación sugestiva. Aunque hoy en día se ha puesto de moda por la velocidad de nuestras vidas virtuales, alentada por las ocurrencias chispeantes de usuarios de Twitter que se ejercitan en mensajes no mayores a 140 caracteres, la minificción es vista por muchos otros con desconfianza o abierta mala fe.

Alberto Chimal, talentoso escritor que practica el microrrelato con maestría, escribió hace poco una defensa juguetona titulada “Tolstoi descubre las cualidades de la minificción”. Con una existencia de 82 años, Tolstoi llegó a ser contemporáneo de Proust. Para el escritor Graham Greene si Proust fue el más grande novelista del siglo XX, Tolstoi lo fue del XIX. Afamado autor de las voluminosas Guerra y paz y Ana Karenina, no conoció la minificción, pero sí el ocio creador. Su espíritu atormentado por la idea del sacrificio lo llevó a hacer de su existencia una larga inmolación por el arte, el bien común, la religión. Así pues el texto sobre Tolstoi y la minificción es una ironía hipotética: lo que el autor ruso pudo haber ponderado de ese género de haberlo conocido.

Y es que el microrrelato es difícil precisamente por su brevedad, y aunque abundan muchas minificciones, pocas son realmente “miniaturas gigantes”. Como todo arte verdadero, ninguna pereza le es suficiente.

Por eso, siguiendo el juego de Chimal, podríamos imaginar el siguiente minitexto: “Le preguntaron a Tolstoi por qué no escribía microrrelatos. Respondió con desaliento: ‘Llevo toda la vida intentándolo’”.

 


Deja un comentario