Como en la popular serie televisiva de aquellos años El túnel del tiempo (1966), que transportaba a dos jóvenes científicos al pasado a través de una espiral muy op-art, nos vemos trasladados a una ciudad de México de principios de los ’60 que navegaba el sueño de la modernidad.
Columna *A la sombra de los deseos en flor*, revista Domingo de El Universal, 21 octubre 2012.
http://www.domingoeluniversal.mx/columnas/detalle/T%C3%BAnel+del+tiempo-1008
Túnel del tiempo
Ana Clavel
En algún lugar de los 26 tomos de sus Obras completas, don Alfonso Reyes describe esta idea sugerente: Si estuviéramos en una galaxia lejana y tuviéramos un telescopio con el alcance necesario para atisbar la Tierra, tal vez lo que estaríamos viendo en este momento sería la imagen del conquistador Hernán Cortés a su llegada a la entonces «región más transparente del aire». Amén de la teoría de la relatividad del tiempo, de la distancia en años luz con que pretendemos tomar pulso a las dimensiones del universo, podría afirmarse que respecto al pasado habitamos siempre en planetas alternos.
Pero si de elegir se trata, a mí me gustaría tener un telescopio superpotente para espiar la Grecia de los misterios eleusinos y presenciar una fiesta dionisiaca en regla. También un tiempo más cercano a mi propia biografía: el México de los años ’60 que apenas conocí por haber sido una niña. Esa década que me llegó de pasadita entre minifaldas y pantalones acampanados, los Beatles y el cantante español Raphael, las Olimpiadas y el “prohibido prohibir” de los rebeldes parisinos. Casi nada supe del movimiento estudiantil del 68 y la masacre de Tlatelolco, aunque la mayoría de las obras que tratan de la época ineludiblemente tocan el tema.
Una visión diferente es la que nos plantea la novela La Bomba de San José (Ediciones Era, 2012) de Ana García Bergua. Como en la popular serie televisiva de aquellos años El túnel del tiempo (1966), que transportaba a dos jóvenes científicos al pasado a través de una espiral muy op-art, nos vemos trasladados a una ciudad de México de principios de los ’60 que navegaba el sueño de la modernidad. Eran días promisorios para la igualdad de derechos de hombres y mujeres que en mayor o menor grado se hacían eco de una contracultura mundial.
Días de la irrupción de la liberación femenina y el uso de la píldora anticonceptiva. Como le pasa a Maite, joven ama de casa que con la llegada a su departamento de la famosa «Bomba de San José», actriz y cabaretera costarricense, ve llegar también la explosión de su modelo de vida tradicional. Así se anima a estrenar aunque sea tímidamente algunas de las 69 posiciones eróticas del Kamasutra, o aventurarse en las plenitudes de la lectura y del mambo y la danza contemporánea. Demasiado recatada para calarse una peluca platinada o un vestido tipo moda espacial como los que usaría una sexy Jane Fonda en Barbarella (1968), su sentido del humor, curiosidad y atrevimiento sutil le permiten abrirse a una existencia azarosa pero auténtica. Sin aires espectaculares o gesticulaciones de heroína, ella perfila la avanzada de jóvenes mujeres que inauguraron cauce cotidiano a una experiencia más plena para quienes les seguirían. Y todo ello, en medio de los descalabros de un esposo infiel, de la filmación de una película con pretensiones de gran arte, de una intriga policiaca y la irrupción siniestra de un político gánster que, por supuesto, nada tiene que ver con nuestra límpida historia nacional.
Como telón de fondo, una ciudad de México respirable y disfrutable entre premieres de películas de arte en el cine Diana, funciones de teatro experimental y cursos en la Casa del Lago, escapadas al mundo de cabarets y El Blanquita, bares y cafés de la recién estrenada Zona Rosa, cuyo nombre color pastel justificaba el pintor José Luis Cuevas de este modo: “Demasiado tímida para ser roja, demasiado frívola para ser blanca”.
Y precisamente, demasiado tímido para ser rojo, demasiado frívolo para ser blanco, es este México de tintes atrevidos y sonrosados, a gogó y turbulento, que aspiraba a una fiesta inolvidable y perpetua; de unos años míticos e ingenuos, previos a la matanza estudiantil, que nos es posible ahora avizorar desde ese telescopio potentísimo que es la imaginación literaria de Ana García Bergua.
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