Las ninfas en la mirada de María Baranda

casa_del_tiempo_eIV_num_68_21_23(1) María Baranda

Las ninfas a veces sonríen de Ana Clavel

Por María Baranda

http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/68_vi_jun_2013/index.html

Las ninfas a veces Archivo Alfaguara 2

 

Ojo caído, ojo invisible, ojo en el ímpetu de quien lee atento estas historias como si fueran breves cuentos de alguien que cuenta cómo las ninfas tienen su vida íntima en la profundidad de sus letras. Nacen de nadie, están ahí desde siempre, en la orilla o adentro, arriba y bien puestas en la mitología. No son de hueso pero tampoco de ausencia. Son incipientes en una forma que las contiene y las envuelve completas. Materia definitiva, estas ninfas son parte verbal, realidad de la tierra. Aúllan incomprensibles, se vuelven líquidas, pero aún así tienen forma. Son únicas, como única es esta novela tan distinta, candente como la palabra deseo. Breve porque es como una larga grieta en el ojo que mira la sed de ser otras. Otras simuladas en el límite de una renuncia, un siempre “soy otra en la otra” para poder ser frente a las exigencias del personaje, las ataduras que se ejercen en la escritura de Ana Clavel. Pareciera que entre las páginas se guarda una palabra aguda y quieta que no tiene género. Es sólo un peculiar estado del ser bajo la noche bíblica, la erótica, la que dio fuerza al verbo para decir,  nombrar y empezar un mundo donde la belleza, aquí, no se sienta en las rodillas. Porque en este libro, todo son “sugestivas y exóticas flores del mal”, como dice Ana Clavel. Aquí, en estas líneas escritas por ella, la palabra toca, gime, palpa, vive en cada uno de sus renglones, y mira, mira siempre esa luz que se filtra en la oscuridad y que revienta en seguida en pequeñas gotas de goce y gesto, grumos de un sueño entendido hace tiempo por ella. Ana Clavel escribe desde la perplejidad del deseo. Su eje es decir lo posible, lo que le da vida al cuerpo y a las fantasías, y lo expone de tal manera que consigue elaborar otro código, uno muy cierto de tan suyo en donde involucra al lector como si de una declaración de principios se tratara. El principio de la mirada.

 

“Asomarse al fondo del agua con el corazón fuera de sitio. Las manos atadas a la espalda para jugar una sospecha. No sentía miedo. Había aprendido que el horror era tan deleitable como la belleza. Recuerdo otros recuerdos: filos reptantes de piel áspera me rozaban los sueños; una podadora me atravesaba sin ruido y sin dolor; manecitas transparentes de salamanquesa me hurgaban la boca hasta convertirla en espuma. Ignoro por qué pero siempre me mantenía firme: la piel arremolinada en un solo atrevimiento. Solamente me inclinaba sobre el borde para tocar la punta de un asombro.”

 

Ver para decir una o varias ficciones. El ser “todas en una” o “una en tantas y siempre distintas” que permite una lectura de desdoblamiento. Primero, porque sus imágenes lo suscitan en sí mismas: provocan y cautivan a la vez, y después porque hay cierta ambigüedad en el planteamiento de los personajes que promueve esa transformación de quien lee y se reconoce en lo escrito. Todo parece vincularse en las imágenes del relato, en esta doble exigencia de ser mirado para mirar y mirarse de nuevo, lo que hace que se mantenga una doble tensión como centro fluente de los sucesos. Además de todas las sensaciones que se abren a la imaginación, el ritmo del lenguaje hace que necesitemos seguir leyendo para entrar en su recorrido de voz con la certeza de quien fluye en la escritura.

Ana Clavel escribe en alto voltaje. Su sentido es llevar a la luz lo que está en la sombra para que adquiera un espacio en la mirada del otro. Sus ideas y pensamientos, sueños y propuestas no se quedan en el ámbito del encierro. Fluyen en el tiempo personal, brotan en la inmovilidad de lo que se cuenta, recorren la superficie de horas y minutos en ese tiempo como medida exterior en donde la narración permanece en un mismo momento, el escrito, como si pudiera ser un diálogo con el tiempo de afuera, el que sucede allá y que logra darle un significado: todo lo que fue ya se dice y se mueve en estas vidas de ninfas posibles. La cronología que se teje en esta novela está sujeta a la historia de una posibilidad.

 

“Mi pubis esbozó una carcajada franca, gozosa, impúdica para él. Yo me saboreaba su fascinación, su mirada eréctil que me esculpía como una estatua viviente. No pude resistir más. Al borde del naufragio, intenté atraerlo hacia mi interior para que juntos nos ahogáramos. Mi hombre dio un salto hacia atrás. Su cuerpo antes vigoroso era ahora el de un chiquillo: “Nunca he violado a una niña”, gimoteó incapaz.

Una hora más tarde estaba de regreso en el aeropuerto. Me marché con mi deseo. Tan intocado como una núbil ninfa adolescente.”

 

La eficacia del relato radica en la fuerza narrativa del deseo, en donde una situación tan abrupta se nos presenta como si formara parte de una simple cotidianeidad, y ahí está, también, lo interesante del planteamiento de Ana Clavel, como si toda historia estuviera aguardándola para ser narrada.

La vida íntima de estas ninfas se describe atravesando cualquier tipo de categoría: sutil, aparente, metafórica, íntima, depurada y un largo etcétera, en donde todas estas ninfas se muestran inquietas, ambiciosas, curiosas, pensativas, adivinas, escurridizas, enteradas, chismosas, bullangeras, sorpresivas, delicadas, bullentes, etéreas, encarnadas, poderosas, meditativas, molestonas, amorosas, traspuestas, exquisitas, profundas, acusadoras, silenciosas, simpáticas, inventivas, desazogadas, cosquilludas, entendidas, bonachonas, metamórficas, santurronas, pícaras, atrevidas, recatadas, geniudas, borboteantes, sensuales, montoneras, gráciles y, sobre todo, con un gusto muy notorio por la aventura y el aprendizaje. Las ninfas de este libro viven, además, una vía abierta para el desbordamiento, ya sea en jardines de rosas y narcisos afuera de los templos, en un sencillo pasaje en los bosques, en el camino a una ciudadela o en las calles de la Zona Rosa, en el cine de función triple, en las fuentes de un parque, en reuniones y ágapes familiares o en  bailes de palacio. No importa dónde estén, ellas no ocultan nada, todo lo muestran y su mirada todo lo atraviesa. Nos ayudan, eso sí, a ver la realidad en otro nivel, como si su visión se ampliara en las sensaciones y experiencias que les surgen.

Y porque “las ninfas siempre despiertan desasosiego”, como dice su autora, es mejor sonreír con ellas y darles la bienvenida.

 

 

 

 


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